Abrazos de emoción entre las paredes del monasterio de Lérez

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

En el edificio religioso, Cáritas hace reparto de víveres. Nadie llega, coge su comida y se va. Cada uno comparte sus alegrías y penas

30 may 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Al monasterio de San Benito se va, sobre todo, en las dos tradicionales romerías, la de verano y la de invierno. Es impresionante ver cómo se llena el entorno. Sin embargo, no hace falta que sea fiesta para que la visita al cenobio resulte emocionante. Porque este edificio religioso tiene una cara solidaria que no deja indiferente a quien comprueba lo que allí se hace. Resulta que Cáritas de Lérez tiene, desde hace años, dos locales en el monasterio. Uno de ellos lo utiliza como ropero. Y en el otro se entrega comida. Pero no es una entrega de víveres sin más. Es algo mucho más humano. Ayer, que tocaba reparto de fruta y por tanto era un buen día para chequear lo que allí acontece, se comprobaba cómo los abrazos de emoción se sucedían a lo largo del día.

A media mañana, varios camiones y furgonetas pululaban junto al monasterio. Casi parecía que tocaba romería. Pero no. Resulta que Cáritas de Lérez reparte fruta llegada de Lérida para toda la provincia y que estas furgonetas vienen a recogerla para llevarla cuanto antes a más de una veintena de puntos distintos, desde Bueu al norte provincial, por poner ejemplos. Cuenta la responsable de Cáritas en la parroquia, Luz Montes, que tienen un acuerdo con varias comunidades autónomas y que por eso les llega a ellos tanta fruta. Ayer desembarcaron en Lérez a primerísima hora de la mañana nada menos que 22.000 kilos.

Para recibirla y descargarla allí estaba un equipo grande de voluntarios. Mientras ellos bajaban las cajas, Luz empezaba su tarea papel y boli en mano. Ella se encarga de supervisar quién se lleva la fruta. Le daba a firmar documentos a los camioneros que venían para llevarla por toda la provincia. Pero, al mismo tiempo, sin colas de por medio y de forma discreta, también iba recibiendo a vecinos de la parroquia sin recursos que fueron avisados para recoger víveres. Saluda a todos por su nombre, les pregunta por sus cosas. Uno de los que llegó fue Eduardo Bragaña, de mediana edad. Miró a Luz y le dijo: «El próximo mes, si Dios quiere, no necesito la fruta». Ella levantó la vista del papel, se sacó las gafas y le dijo: «¿Qué es lo que pasa?». Entonces, entre lágrimas, Eduardo contó que al fin topó trabajo. Él y Luz se fundieron en un abrazo y lloraron juntos. Eduardo explicaba luego que empezó a trabajar de albañil a los 14 años. Pero cuando su último jefe en la construcción falleció, hace nueve años, se tuvo que ir al paro. Y nunca más volvió a topar ocupación sobre el andamio. «Trabajé en hostelería en verano, pero de lo mío nada. Pasamos unos tiempos muy duros. Gracias a que nos dan cosas, si no es difícil», dijo. Hasta ahora. Tiene una oferta para marcharse a trabajar a Cáceres.

Como Eduardo, algunos de los voluntarios que descargaban fruta también tienen historias difíciles. Sin embargo, hacían su trabajo con entusiasmo. A la hora de tomarse un tentempié o de parar para tomar agua de San Benito, bromas y complicidad.