Un aliado para padres preocupados por Internet

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

RAMON LEIRO

David López trabaja con progenitores que quieren estar al tanto de la tecnología y contenidos que manejan sus hijos

31 mar 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

David López, que peina ahora los 33 años, lloró muy pocas veces en su vida. Dice que le sobran los dedos de una mano para contarlas, que él es de los que ante un problema contiene emociones e intenta buscarle «el lado bueno». Pero le quedó grabada una de las últimas veces que las lágrimas le rodaron por las mejillas. Fue ya hace algunos años. Estaba trabajando. Y se frustró porque le habían encargado una tarea que no le correspondía y, aunque puso todo su empeño para hacerla bien, no lo consiguió. «Sabía que no me correspondía hacer lo que me habían mandado, pero soy inquieto y quise hacerlo, me gusta aprender y hacer cosas nuevas», cuenta. Lo que le ocurrió aquel día es una anécdota. Pero, en parte, adelanta lo que hizo después. Porque David, que estudió un ciclo de informática e intentó también hacer la carrera de la misma rama, aunque no la terminó, estaba a gusto trabajando como asalariado de cara al público. Lo hizo en el gremio hostelero. Lo hizo en un servicio técnico telefónico. Y lo hizo vendiendo móviles. Pero su cabeza inquieta no paraba de pensar. Y un día decidió emprender. Quería trabajar en algo que sumase las dos cosas que más le gustan: el trato con los clientes y la informática, sobre todo en la parte que tiene que ver con las nuevas tecnologías. Desde el año pasado, es el alma máter de un proyecto que, entre otras cosas, ofrece a los padres herramientas técnicas para estar al tanto de qué ven y qué no sus hijos en Internet.

David dice que siempre fue «el payaso» de su casa. Lo dice con una carcajada al final, algo que se repite cuando cuenta otras muchas cosas. Es de Mourente, y es hijo de unos padres que en su día fueron emigrantes. Así que en su propia casa tiene ejemplos de lo dura que puede ser la vida laboral. Estudió en el Príncipe Felipe primero, donde los maestros solían decirle que «vivía de rentas» porque aprobaba estudiando el último día, y luego hizo bachiller y COU en el Torrente Ballester. Lo suyo, al igual que lo de su hermano, siempre fue la informática. Empezó un ciclo primero. Se animó con la carrera. La dejó y regresó al ciclo. A partir de ahí, empezó a trabajar en distintas empresas. Hasta que de su cabeza salió Concienciatec. «Se me ocurrió un proyecto que consiste en enseñar a aprovechar las nuevas tecnologías. Desde enseñar a mayores a utilizar los móviles o un ordenador a otros muchos campos, como uno que más me interesa, que es el de darle la posibilidad a los padres, ofrecerles herramientas técnicas, para que puedan conocer y estar al tanto de qué hacen sus hijos en Internet y con las aplicaciones y aparatos que ellos utilicen».

Demanda de consejos

Se puso en marcha. Y le aparecieron clientes. Se ríe al recordar lo bien que se lo pasa enseñando a mayores a usar aplicaciones y la satisfacción que lee en sus rostros cuando al fin pueden hacer por ellos mismos lo que más deseaban: usar el WhatsApp u otras aplicaciones para comunicarse con sus hijos y nietos. Pero David también tuvo momentos difíciles en el poco tiempo que lleva como emprendedor. Amén de que los inicios son duros económicamente, se dio cuenta de que los padres, además de herramientas técnicas, demandan mucha ayuda pedagógica, muchos consejos sobre qué se debe controlar y qué no... así que David se tomó a conciencia de que le tocaba ponerse a estudiar. Acude a charlas, a cursos, se está sacando la habilitación como formador, es un asistente fijo en reuniones relacionadas con la creatividad... como resume en su Facebook, su «cabeza no para». David insiste en que, más allá de las tecnologías, él se queda con el cara a cara con el cliente. Con el trato personal. Y uno lo entiende cuando, sentado en una mesa de su oficina, sale con la mente de ese espacio y se traslada a su casa.

Habla entonces de que últimamente le toca arrimar el hombro. Su padre tiene una discapacidad. Su madre está recién operada. Y hay un abuelo de 95 años al que no soporta oír decir «ay, ay, ay». Así que se dedica a levantarle el ánimo. Cuenta que no oía. Y que tuvo que luchar hasta que logró convencerle para comprar unos audífonos. «Ahora está feliz», dice. El siguiente reto es que acepte la lupa que piensa llevarle para que pueda volver a leer el periódico. Habla de él, de la familia, de que «hay que estar sí o sí cuando hay que estar» y se le ilumina la cara. Dice que a veces su trabajo consiste en hacerles reír. Pero que también aprendió a ponerle pañales a un adulto. Lo cuenta todo con esa carcajada tan característica suya. Y dice: «Estoy seguro que el proyecto laboral me irá bien». Pues seguro.