Una torre de Babel de Pontevedra en la que la noche sale a seis euros

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

maría hermida

Las instalaciones públicas que reciben a los peregrinos no se vacían ni en pleno invierno. El Camino tira todo el año

01 mar 2017 . Actualizado a las 05:10 h.

Llueve. Hace frío. Y se hace difícil imaginar que en estos días de entroido e invierno haya muchos peregrinos que se den cita por Pontevedra. Pero los hay. Vaya si los hay. Basta con abrir la puerta del albergue de peregrinos, un edificio público gestionado por la asociación Amigos del Camino Portugués, para darse cuenta de que la ruta hacia Compostela tira todo el año, así haya temporales o no. Anteayer, sobre las seis de la tarde, había quince peregrinos que iban a dormir en el albergue. Y posiblemente conforme la noche fuese cayendo llegarían más. Eran casi todos extranjeros, lo cual no es una excepción, sino casi lo habitual en el Camino Portugués. Unos hablaban inglés de Irlanda, otros inglés de Canadá, se escuchaba también alemán y francés... y el edificio parecía una torre de Babel bien avenida, plagada de grandes sonrisas y amabilidad.

En la puerta del albergue reciben Carmen y Enrique. Ambos son voluntarios, porque cabe recordar que el albergue portugués es el único de Galicia que funciona con voluntariado. Les toca hacer de hospitaleros una vez al mes. Carmen lo hace porque le gusta ayudar. A Enrique porque el Camino le cambió la vida y no quiere perder contacto con la ruta. Ella no habla inglés. Él sí. Se nota que hacen un buen equipo detrás del mostrador en cuanto llega un peregrino y proceden a adjudicarle cama.

Enrique se brinda a hacer de guía por el albergue. Enseña las dos grandes habitaciones que hay, con literas, sacos de dormir y sábanas desechables. Explica que a los huéspedes, una vez que abonan los seis euros que cuesta la noche, se les da una bajera de usar y tirar para que puedan ponerla sobre el colchón. En una de las camas lee tranquilamente Norten. Es canadiense, de mediana edad, camina solo y dice estar encantado con su primera vez en España. Unas camas más allá, dos jóvenes escuchan música. Son Alissa y Lina, de Alemania, que sonríen al preguntarles por el Camiño. «Muy bien», aciertan a decir en español.

El albergue tiene también una cocina, donde a media tarde un joven italiano fregaba los platos de la cena. Se nota que el ambiente es europeo porque, a las seis de la tarde, está todo el mundo haciendo ya digestión de la cena. Él y varios peregrinos más, de procedencia irlandesa estos últimos, se ríen al preguntarles qué tal la ruta. Dicen que bien, pero que les gustaría que dejase de llover. Luego, siguen con el fregado de platos y sartenes.

En el albergue hay más estancias. Por ejemplo, un comedor amplio, donde incluso se encuentra una pequeña biblioteca. Y varias zonas de sala de estar, con alguna que otra butaca para descansar después de las caminatas. Anteayer, en el comedor, había ambiente. «La verdad es que siempre suele haber gente, incluso en los días de más frío», señalaba Enrique, el hospitalero, que luego mostraba su rincón favorito de esta casa de peregrinos: el trozo de césped que rodea el edificio donde hay sitio suficiente para tomar el sol, tender la ropa o lavar en el pilón.