El niño que hacía magdalenas duras ahora enseña repostería por todo el mundo

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

cedida

La pasión por elaborar postres desde pequeño y la formación le convirtieron en un maestro haciendo dulces artísticos

17 ene 2017 . Actualizado a las 08:00 h.

¿Se imaginan darle un mordisco al David que Miguel Ángel esculpió, a esa obra maestra del Renacimiento que se conserva en Florencia? ¿O arrancarle un bocado a la archiconocida Estatua de La Libertad? Suena ridículo. Para empezar, porque son de piedra, así que la dentadura del osado que las mordiese saldría mal parada. Pero hay esculturas que, al revés que estas, son precisamente para morder, para devorar incluso. Están hechas, aunque muchas veces no lo parezca, con chocolate. Las elabora un pontevedrés, Daniel Diéguez, un hombre que ahora mismo vive pegado a una maleta. Sí. Porque él tiene su campamento base en la ciudad del Lérez. Pero da clases de repostería artística y creativa en todo el mundo. De hecho, cuando ustedes lean estas líneas, estará recién llegado a la India, donde va a dar una semana de clases de lo suyo a profesionales del sector. Luego le tocará hacer lo propio en Beirut. Y tiene previsto impartir formación también en Dubái o Australia.

La historia de Daniel y la repostería empieza en la infancia. Él era de los que le ponía la cocina perdida a sus padres trasteando con los postres. Dice que sacaba del horno «magdalenas duras como piedras». Pero le daba igual, seguía probando para mejorar la técnica. Cocinaba él primero en Cataluña, donde nació, y luego ya en Ribadeo, donde se estableció su familia. Cuando le tocó estudiar, no se dejó guiar por aquel arte en los fogones que llevaba dentro. «Mis padres querían un hijo abogado, así que les hice caso y empecé a estudiar Derecho... Iba sacando asignaturas, pero la cosa no iba bien. Ni tenía interés, así que lo acabé dejando», cuenta.

Traslado a Pontevedra

Probó suerte luego estudiando escultura. Y ahí sí encontró su mundo. Trabajó como director de arte, vio que le gustaba todo aquello y decidió que tenía que seguir arreglando cuentas con su formación. Así que se puso a estudiar Bellas Artes, algo que siempre le había gustado. Buscó facultad y se decantó por Pontevedra, donde todavía continúa viviendo. Hizo la carrera, el CAP, trabajó de becario en la Universidad y, paralelamente a todo ello, hacía «tartas para los amigos». Tal cual. Para ganarse algún dinero, empezó a confeccionar postres un tanto creativos para sus conocidos. Tantas hacía y tanto gustaban que empezó a pensar que de aquello igual podía salir un proyecto profesional... Y así fue. Pero no enfocó su negocio a hacer y vender dulces. «Traté de aplicar mis conocimientos de escultura a la repostería y hacer tartas artísticas y dedicarme a enseñar lo que sabía, es decir, lo encaminé todo hacia la formación». De ahí nació un proyecto llamado

Fogar doce Fogar

, que luego pasó a denominarse Daniel Diéguez Cake Artist por eso de que, en el ámbito internacional, el primer nombre era más difícil que se entendiese.

Daniel fue sumando logros. Ganó premios en una prestigiosa feria del sector en Birmingham -de la que ahora es miembro permanente del jurado-, empezó a hacer demostraciones de su arte por distintos países, logró hacer la primera escultura comestible sin base alguna -un rostro de mujer de chocolate que no va apoyado en nada-. Pero también se llevó algún chasco. Fue en 2014 y todavía le duele. Aún así, habla abiertamente de lo que pasó.

La mala experiencia televisiva

Resulta que un canal televisivo nacional anunció que iba a hacer una prueba para un

reallity

sobre repostería. Y a Daniel, que utiliza el Facebook como plataforma para promocionar su arte, empezaron a lloverle mensajes animándole a presentarse. «La verdad es que yo no veo mucho la tele y el único concepto de

reallity

que tenía era el de O

peración Triunfo.

Al principio ni me planteé presentarme porque no es algo que pegue conmigo, no me veía... pero luego pensé que podía ser una oportunidad y me animé. Fui a la prueba así a la buena de Dios, sin expectativa alguna, y me cogieron». Fue el primer expulsado. Y, más allá de esta cuestión, dice que es una experiencia que no le gustó en absoluto. Tampoco le agradó ver cómo su paso ante la cámara se agrandaba en las redes sociales, con mensajes tanto de ánimo como de crítica.

El caso es que pasó página de la tele y continuó creciendo como formador. A eso se dedica ahora mismo. Su arte hecho de chocolate habitualmente no se vende. Pero sí confecciona algunos encargos especiales. Por ejemplo, recientemente, elaboró una gran tarta con una cabeza de león incluida para conmemorar el tercer aniversario del musical El Rey León en Madrid.

Aunque feliz por poder vivir de lo que le gusta y haberse convertido en una referencia en su sector, reconoce que estar pegado a la maleta también tiene sus inconvenientes. «Hay que trabajar muchísimo, muchas horas y de forma intensa. Merece la pena y conoces muchos sitios, tienes muchísimas oportunidades pero a veces cansa», indica. Cuando tiene un respiro, vuelve a Pontevedra. O va a casa de sus padres. En el hogar familiar, ha dejado de ser repostero. «Allí no hago nada, voy a mesa puesta, casi siempre de restaurante», cuenta. La dulzura, en este caso, no la ponen sus postres. La lleva él con su simple presencia.