La danza que cura a Rosi por dentro y por fuera

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

RAMON LEIRO

Empezó con ritmos latinos pero Oriente y el baile del vientre la atraparon. Destaca sus efectos terapéuticos

24 sep 2016 . Actualizado a las 05:05 h.

A Rosi Sines uno de sus abuelos le dejó una herencia que la lleva acompañando toda la vida. «Él bailaba tangos, ganaba muchos concursos aquí en Pontevedra. Cogía a mi madre, siendo pequeña, y se ponía a bailar con ella... Tenía que ser un espectáculo ver a una niña danzando así con él... En mi familia nos sale de dentro bailar. Nos encanta», explica esta mujer. Cuenta luego que sus familiares bailaban por afición, para divertirse. Ella, en principio, también. Pero hace muchos años, más de dos décadas, que decidió que su vida profesional girase también en torno a los movimientos al ritmo de la música. Pasó por distintos estilos, se formó, se hizo profesora de baile moderno y latino... Pero la horma de su cuerpo bailarín la encontró en Oriente: es maestra de danza del vientre. Dice que esta forma de moverse es una cura para mente y cuerpo.

Recibe Rosi en su casa. Es un piso pontevedrés. Pero a uno le cuesta creer que así sea. Ella lleva ropas orientales, con falda dorada, top del mismo color y un velo en la mano. No suele vestirse así para dar las clases, opta por la comodidad que dan las mallas, pero a veces, como ayer, deja que el traje haga al fraile. Su casa no recuerda exactamente a Oriente. Pero tampoco es un inmueble al uso. Aporta una especie de relax difícil de describir. Sentada en una butaca, bajo una ventana que mira al cielo, Rosi echa primero la vista atrás.

Hace muchos años, después de dedicarse al mundo de la estética o incluso ser administrativa, descubrió que el baile podía ser una oportunidad laboral. Probó con los ritmos modernos, con los latinos... Bachata, merengue, salsa y demás ocupaban su tiempo. Pero no acababa de verse como profesora de estas especialidades. Casualidades de la vida, alguien le habló de la danza del vientre. «Era algo que siempre me había gustado. Leía sobre ese baile y me encantaba, pero entonces aquí no se estilaba», indica. Buscó clases, las encontró en Vigo, y luchó por sacarse la titulación oficial. A partir de ahí, centró su día a día en dar clases de baile oriental -ahora lo hace, por ejemplo, en el Mercantil pontevedrés, en el gimnasio Exalta o allá donde se lo piden- poniendo el foco en las cualidades terapéuticas de esta danza. «Tiene unos efectos buenísimos para la salud física y mental», empieza diciendo. Luego, cuenta que, en el plano corporal, los mayores beneficios son el fortalecimiento del suelo pélvico, la ayuda que aporta ante al incontinencia urinaria o los dolores de la menstruación. Y, también, con sonrisa, añade: «Y mejora las relaciones sexuales por los movimientos de cadera y piernas». En cuanto a la mente, lo tiene claro: «Te da una energía positiva tremenda, te sube la autoestima y te carga muchísimo las pilas».

En su caso, los carteles con los que empapela la ciudad anunciándose dan la impresión de que únicamente se trata de clases para mujeres. De hecho, incluye la foto de una embarazada, ya que los beneficios del baile a lo largo de la gestación son grandes. «Ayuda a que el bebé baje por el canal del parto», explica. Pero a ella le gustaría enseñar también a hombres a contonearse con sensualidad. «Es una danza muy femenina, pero hay maestros masculinos buenísimos, de los mejores», indica. En lo que sí insiste es en que los complejos son lo único que hay que dejar atrás. Y que este baile no es para delgados ni gordos, para jóvenes o mayores, que todo el mundo lo puede practicar, desde niñas a mujeres que apenas pueden mover las rodillas. «La mejoría para todos es grande», sostiene.

Luego, con suavidad, se levanta. Y, sin ni siquiera encender la música, se mueve. Y uno entiende entonces que la danza del vientre le haya cambiado la vida. Viéndola, eso que cuenta de que hay que disociar el cuerpo, adoptar las posturas correctas, hacerlo con estilo... Todo cobra sentido. Se mueve ella en su piso, donde prepara las coreografías, y alguien la observa desde el suelo. Se llama Aixa. Y es una perra bonachona que no ladra al forastero. Sí lo hacen, desde otra habitación, otros tres canes. Y es que Rosi, además de la danza, tiene otra pasión: los animales. Sobre todo, los que sufren.

«La patrulla canina»

Es casa es un hogar acogedor de perros. Por él pasaron distintos canes. Actualmente tiene cuatro. Reconoce que de momento le tocó cerrar el grifo. «Ahora mismo no puedo tener más, me da muchísima pena, pero en un piso no es posible otra cosa», dice. De todas maneras, su vertiente solidaria no está quieta. Ella y algunas compañeras de batalla hacen rutas por las aldeas para evitar que sigan existiendo los canes atados a cadenas «que casi no les dejan ni acostarse en el suelo». Se ríe al preguntarle si va de patrulla. Y dice: «Sí, de patrulla canina, como la que está de moda ahora en la televisión». Su amor por los animales también cambió su forma de alimentarse. Primero se hizo vegetariana. Pero hace un tiempo se convirtió en vegana. Come lo que da la tierra. En realidad, lo primitivo, como esa danza milenaria que practica.