Maestros que no quieren pisar la ciudad

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

CEDIDA

Viven en urbes y podrían dar clases al lado de casa. Pero son felices en unitarias del rural

16 sep 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

«Es un veneno en la sangre que no se te va». Esa es la frase con la que Hortensia, maestra de una escuela unitaria de Caldas, empieza contando cómo engancha ser profesora en una pequeña aula del rural, en la que los niños se cuentan con los dedos de la mano y la comunidad escolar es «una auténtica familia». Uno la escucha y cree que docentes como ellas, tan fascinadas con el colegio pegado a la aldea, con las clases poco concurridas, no debe haber tantos. Pero nada más lejos de la realidad. Es casi imposible encontrar a un profesor de una unitaria que no reciba con sonrisa y no hable con emoción de su trabajo. ¡Están felices! Tres ejemplos lo demuestran bien. El de Hortensia, profesora en la parroquia caldense de Saiar. El de Fátima, que tiene a su cargo a los niños de la unitaria de Bértola, en Vilaboa. Y el de Isabel, que da clases en Meaño. Las tres son y viven en Pontevedra. Y con la antigüedad que tienen podrían dar clase al lado de sus casas. Solo tendrían que solicitar la plaza. Pero no lo hacen. Apuestan 100 % por el rural.

Hortensia acaba de empezar un curso «histórico». ¿Por qué? Las escuelas unitarias de Caldas por fin consiguieron convertirse en un Centro Rural Agrupado (CRA). ¿Qué quiere decir esto? Que tienen un nexo de unión que las hace más fuertes y mejores recursos. Por ejemplo, cuando una profesora de una unitaria enferma, si no es una baja larga, las clases se suspenden y los niños se van a casa. Pero, con el CRA, sí hay maestro sustituto. Hortensia, aunque no le gusta el protagonismo y pide que se cite a sus compañeros en las otras unitarias caldenses, Joaquín, Mónica y Rocío, es quien está coordinando el CRA, y dice: «Estamos encantados. Yo tengo a diez niños maravillosos y en todas las escuelas tenemos algo fundamental, un apoyo increíble de los padres. Eso es lo maravilloso aquí».

Hortensia ni se plantea pedir el traslado a Pontevedra, donde vive. Y a Fátima le pasa exactamente lo mismo. Ella tiene el colegio pontevedrés Froebel pegado a su casa. Sin embargo, conduce todos los días hasta Bértola para dar clases en una escuela unitaria que tiene doce alumnos. «Yo no lo cambio por nada. Es otra forma de educación, un contacto directo con los padres, una atención individualizada, respirar aire puro», señala la maestra.

Con sus hijos como alumnos

Un testimonio en la misma línea lo aporta Isabel. Ella también vive en Pontevedra y conduce cada día hasta Xil, en Meaño. Lo hace para dar clases en una unitaria que se salvó de las fauces del cierre de milagro, ya que tiene solo seis alumnos. De hecho, para la supervivencia de la escuela fue clave que la maestra siguiese en ella. No solo por su trabajo, sino porque aporta dos de los niños que acuden a clases, que son sus hijos. Cuando a Isabel se le pregunta si ella también le tiene alergia a los colegios urbanos, puntualiza: «No es que me guste el rural, me gustan las unitarias. Si en Pontevedra hubiese escuelas así, pequeñas, no tendría problema en ir... Pero meterme en un colegio con más de veinte niños por clase, todo el día metidos allí dentro... Me quedo aquí», dice.