Tres jóvenes que regalan felicidad

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

ramón leiro

Están en la edad del pavo. Pero ellos son más osos amorosos. Van al hospital a ver a niños enfermos o pasean con mayores

24 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay veces que a uno le encantaría que esas personas que echan lagartos por la boca hablando de la juventud se topase de frente con muchachos pontevedreses como Adrián (18 años), Nadina (16 años) y María (20 años). Ojalá que los pudiesen ver en acción. Porque se los podrían topar, por ejemplo, de paseo con un grupo de ancianos por Pontevedra, de camino a las ruinas de Santo Domingo. Comprobarían entonces qué generosidad llevan ellos dentro. Acompañan a los ancianos de ruta por la ciudad o por donde se tercie. Les brindan sus manos o su ganchete para apoyarse. Y, lo que es más importante, escuchan lo que les cuentan sobre sus nietos, sus achaques o sobre la vida. Es decir, les regalan su tiempo. Que a veces es lo mismo que regalar felicidad. ¿Quiénes son Adrián, Nadina y María? Son tres de las caras más jóvenes de los voluntarios de Cruz Roja en la ciudad del Lérez.

Sentados a la misma mesa, cuesta que María, Nadina y Adrián salgan de la timidez propia de la edad. Pero, poco a poco, van contando algo de sus vidas. María, la mayor, lleva cuatro años ligada a Cruz Roja. No sabe muy bien cómo llegó, pero sí qué es lo que le enganchó: «Voy al hospital a hacer visitas a niños que están ingresados. La verdad es que es muy bonito porque cuando llegas suelen estar aburridos, como mucho con el móvil o viendo la tele y al principio no quieren salir de la habitación. Pero luego se lo pasan genial haciendo manualidades, globoflexia u otras cosas. Y los padres se quedan encantados».

Nadina, la pequeña de los tres, con 16 años, se está formando todavía para poder hacer las visitas hospitalarias. Mientras, participa en talleres para enseñarle a los mayores a usar el móvil o pasea con ellos. «Me gusta venir aquí porque ves que todo el mundo está dispuesto a ayudar, es muy bonito», señala.

Luego habla Adrián. Y lo hace con solvencia. Solo lleva diez meses ligado a Cruz Roja, pero su adaptación ha sido rápida. Lleva todo el verano como voluntario en la ludoteca, rodeado de pequeños. «Me gusta ver que gracias a lo que hacemos hay niños que dejan la tele y juegan», dice. Tira de sinceridad cuando se le pregunta cómo llegó a hacerse voluntario: «La verdad es que me aburría, y algo había que hacer». Tras su frase, la pregunta viene dada. ¿A su edad no le tiraban más otras actividades? «Sí, pero ayudar a los demás me gusta. No soy un bicho raro», manifiesta. Y sus dos compañeras le miran y apostillan: «No somos raras».

Escuchándoles está María José, una de las técnicas de juventud de la entidad. Hasta ahora se había limitado a escuchar. Pero decide intervenir: «Lo que no te están contando es que aquí ellos también se lo pasan de maravilla, que hacen una piña tremenda y que acaban siendo todos amigos, pese a tener edades distintas». Lógico. Para poder regalar felicidad primero hay que sentirla.