El cadete de Marina con alma de baloncesto y un corazón de tenis

carmen garcía de burgos PONTEVEDRA / LA VOZ

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luz conde

Lino Vázquez, cerebro del Arxil, deja la dirección deportiva para recuperar su gran pasión: la raqueta

17 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Dice que no se arrepiente de nada. Bueno, de una sola cosa. Siempre quiso ser cadete de Marina y, cuando su padre se cansó de las notas que le traía, le lanzó una amenaza clara: o se ponía a estudiar en serio, o lo ponía a trabajar él en el almacén de vinos de su abuelo. Y también en serio. «Aquello era muy duro, así que me puse a ello». Lino Vázquez quería ser militar en el mar y acabó siendo el alma del equipo de baloncesto femenino de Pontevedra por excelencia, el Arxil. Y ahora, después de treinta años en el corazón de cada decisión del club, quiere marcar distancias. Está cansado, quemado y agotado.

Entre otras cosas, de los reproches de algunos padres, del esfuerzo físico que le supone entrenar a varias plantillas, y del mental que le lleva decidir, gestionar y ejecutar los fichajes de cada una de las jugadoras. Solo este año se le fueron seis de las cadetes al Peleteiro de Santiago. «No podemos competir con ellos porque ellos les ofrecen educación», reconoce.

Eso él lo entiende bien. Precisamente él, quien, cuando llegó el momento de decidir su futuro, tiró por la carrera más corta, en lugar de la que quería. Y así se hizo maestro, vocación que ahora no cambiaría por nada. De hecho, para quitarse la espinita marcial, hizo la mili por las Milicias, y fue sargento durante seis meses en Toledo. «Me ofrecieron quedarme, pero me di cuenta de que no me gustaba una vida tan estructurada y marcial, en la que no hay lugar para hacer un día una locura».

Así que lo dejó y regresó a su Pontevedra casi natal. Aunque nació en Santander porque su padre, también maestro, estaba destinado allí en aquel momento, a los siete meses volvió toda la familia a casa.

Del Cisne al Teucro

Fue en la ciudad del Lérez donde se escolarizó, y allí, en el colegio Villaverde de Mourente, donde su profesor de Educación Física les metió el gusanillo del balonmano. Lino acudió con sus compañeros de clase al Día del Balonmano de las fiestas de A Peregrina (tradición que hoy en día ha sido sustituida por otras disciplinas), y ganó. Aquel mismo día el Cisne lo fichó, y con su plantilla jugó una temporada en infantil y dos en cadete. También con el equipo blanco se proclamaron campeones gallegos varias veces, y lograron incluso el ascenso a Primera Nacional.

Pero tenía 12 años, y cometió un error. Aquel verano su pandilla se fue de vacaciones y él se quedó entrenando al tenis. Vivía en un barrio, en de las Cinco Calles, en el que había mucha tradición de raqueta, y solían ir con mucha frecuencia a jugar al frontón que en su momento ocupada lo que hoy es el pabellón universitario. De modo que, cuando comenzó la pretemporada y el entrenador del Cisne les impuso las primeras sesiones físicas, él le respondió que no las necesitaba. El técnico le dijo que hiciera lo que creyese, pero no le dejó volver a pisar la pista en toda la temporada del ascenso. Cuando terminó puso sus cartas sobre la mesa, dejó el Cisne y fichó por el Teucro.

Sudó la camiseta azul una temporada, en la que llegó a ser convocado en dos ocasiones por el primer equipo para jugar partidos de Asobal. Pero el equipo descendió y la directiva decidió deshacer el filial y echar a todos aquellos jugadores que no tuviesen futuro en el primer equipo, es decir, al 90 %. Él formaba parte del 10 % restante y, aun así, también se marchó.

Ya por entonces acababa de empezar a salir con una joven Mayte Méndez con la que hoy tiene dos hijos y 32 años de vida en común. Ella era la entrenadora del Arxil, y la conquista fue a tres bandas: ella, él y el baloncesto femenino. Y así, poco a poco y con la ayuda de su futura mujer y de Arturo Ameneiro, se fue sacando la carrera de Magisterio a la vez que aprendía todos los secretos del adiestramiento.

Seis días de tenis

Sin darse mucha cuenta, Vázquez fue dejando de lado sus sueños para dedicarse a la vida. Hasta hace dos años. Con el único objetivo de perder algunos kilos volvió a coger la raqueta. Esa que casi le lleva a los Juegos Olímpicos de Los Ángeles directamente desde Toledo. Allí, cuando todavía era militar, hicieron una prueba que perdió en semifinales. Si llega a superar ese partido, se habría jugado el viaje con Emilio Sánchez-Vicario y Sergio Casal.

Aun no consiguiéndolo, ni entonces ni ahora, el tenis sigue siendo su deporte, el que le enganchó y al que veinticuatro meses después de retomarlo dedica tres horas al día durante entre seis y siete jornadas a la semana. Y no se cansa. Y no le quema. Porque parece que, al final, la única vez que se equivocó, tampoco se equivocó tanto.