El Pontevedra avergüenza en Moaña

CARMEN GARCÍA DE BURGOS PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

ramón leiro

Los granates se desinflaron tras la primera media hora del último amistoso de la pretemporada y dejaron que los morracenses les dejaran en evidencia en el Campo do Casal

15 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

«Foi a vergoña máis grande que eu vivín dende que son adestrador do Pontevedra». Luisito sin matices ni maquillaje. En estado natural, claro y directo. Como siempre. El entrenador granate no quiso justificar ni aliviar la sensación de bochorno que dejó el Pontevedra CF a su paso por el campo do Casal. Iba allí a despedirse de la pretemporada contra el Moaña en un encuentro que se presentaba casi como un entrenamiento. Llegaba exactamente 24 horas después de que diera inicio el enfrentamiento en el que realmente querían demostrar que son un equipo preparado para subir a Segunda, aspiración que inevitablemente se esconde detrás de los objetivos de cualquier equipo de Segunda B, pero más aún si tiene la ambición del de la ciudad del Lérez y de su cuerpo técnico y directivo.

El Trofeo Villa de Moaña, que alcanzaba así su trigesimoctava edición, no les daba la oportunidad de lucirse ante un equipo como el Lugo, sino ante uno como el Moaña, pero la falta de interés fue la que finalmente consiguió que abandonaran el césped con la cabeza baja. El equipo morracense les encajó dos goles, uno de ellos de penalti, y los pontevedreses no fueron capaces ni de mirarles a la cara. Luisito intentó paliar su desesperación improvisando una plantilla híbrida formada por jugadores del primer equipo, de juveniles y del filial que no logró, sin embargo, aplacarla. Al contrario, a medida que pasaban los minutos el míster teense aumentaba su nivel de incredulidad ante el espectáculo que estaban ofreciendo a la afición. Daba igual qué colores llevaran. Todos iban a ver fútbol. Y, en lugar de eso, se encontraron con un cuadro de jugadores incapaces de superar el agotamiento causado por la carga de trabajo acumulada durante los últimos días. Ni una jornada de descanso les dio el club en la última semana. «Aínda así, no hai xustificación, só me queda pedir perdón á afición», sentenció Luisito.

Únicamente los primeros veinte minutos fueron completamente granates, un espacio de tiempo en el que los pontevedreses podían haber metido un par de goles sin despeinarse demasiado, pero que les asegurarían la tranquilidad para el resto del partido. Sin embargo, se echaron a dormir en los laureles antes de ganarse la fama, y el penalti traicionero que les supuso el primer tanto en contra marcó un punto de inflexión en el encuentro que finalmente también marcó el resultado.

Los moañeses llegaban sobrados de la ilusión y la motivación que les faltaban a los visitantes, y fueron los dos elementos que les dieron una victoria tan merecida como difícil de digerir para una plantilla diseñada para comerse cuanto rival se le ponga por delante.

Excepto si ello implica una expulsión por doble amarilla por protestar. En cuestión de segundos el Pontevedra pasó de tener once futbolistas en el campo a solo diez tras obligar el árbitro a abandonar el césped a Mario Barco. El delantero, recién cedido por el Lugo, entendió que el colegiado debía pitar la falta que, a su juicio pero no al de Miñán Fernández, un centrocampista morracense hizo sobre él. No contento con ver la primera amonestación, el delantero siguió recriminando al árbitro que no lo hiciera, y este no dudó en repetir la acción. Una que castigó al Pontevedra con una cojera desde el minuto diez de la segunda parte.