El botellón pontevedrés, en vías de extinción

C. Pereiro PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

PAULA CHAPELA

En la medianoche del sábado se contaban unas 30 personas bebiendo en el «botellódromo»

26 jul 2016 . Actualizado a las 07:50 h.

La ciudad del Lérez comenzó una guerra contra el botellón hace una década, cuando las quejas de los vecinos del Campillo de Santa María alcanzaron cotas de ruego. Aquella batalla se ganó, igual que se ganó el control del botellón en todas las calles de Pontevedra, y los jóvenes aceptaron razonablemente un traslado forzoso del ocio nocturno de primer ahora al recinto ferial. La medida fue un éxito sin parangón, y llegó a convertirse aquello en un auténtico fenómeno, con miles de chavales levantando las copas en invierno y en verano. Esa época ha llegado a su fin. El botellón en Pontevedra ha tocado fondo. Los motivos son varios, pero de miles de rapaces haciéndolo, se ha pasado a unas pocas decenas.

La práctica de comprar el alcohol uno mismo, así como su mezcla, el vaso y los hielos, comenzó como un ritual económico. Los altos precios de los bares y las normativas de edad favorecieron la proliferación de esta práctica por toda España. Pontevedra, no fue ajena a ello. Con un gasto mínimo, los jóvenes pontevedreses tenían cinco copas al precio de una. Eso sí, los problemas derivados del consumo de alcohol se hacían notar en salas de espera llenas de intoxicaciones etílicas, vandalismo y denuncias por excesos de ruido.

Los primeros años del botellódromo dejaron imágenes esperpénticas, con miles de pontevedreses apostados en los laterales del recinto ferial y una marabunta de caminantes que atravesaban el puente cargados con sus bolsas. Cobián Roffignac se convertía en un auténtico río de transeúntes con un único destino.

Los treinta chavales que el sábado se apostaban en la parte baja del recinto desconocen esta situación; les suena, pero su botellón poco o nada tiene que ver con aquel evento masivo. «Un fin de semana normal puede haber doscientas o trescientas personas, más o menos», explica el corro de siete personas en el que Mario y Lucía, ambos estudiantes, están sentados. Todos son mayores de edad. «Ahora en verano, la mayoría de la gente se va a Sanxenxo o Portonovo a salir, así que aquí quedamos los que o bien no nos dejan ir, o bien no tenemos dinero para salir por allí hoy. De todas formas, cuando hace calor no es mal sitio», ríen.

En época estival, el botellón roza la extinción. Se forman pequeños grupos de entre 5 y 10 personas, separados entre sí, cada uno con sus conversaciones e historias. «Ahora en verano se está bastante bien, la verdad. En invierno, se está peor pero viene más gente por el tema de ser el único sitio en Pontevedra en el que puedes hacer botellón. De todas formas viene mucho chaval pequeño, mucho menor», explica otro grupo de amigos que suele venir cada fin de semana desde Marín a beber las primeras copas de la noche. Han comprado una botella de ron para cada dos. También algunas cervezas por si ven que acaban pronto las copas y aún es temprano para «ir de pubs».

¿Y en invierno?

Como todo, el botellón también ha ido evolucionando y transformándose, y en algunos casos, ha dado como resultado un efectivo modelo de negocio. Ejemplo de ello podría ser uno de los locales de la calle Sagasta, que permite que los clientes se traigan su propia bebida y la consuman en el interior.

«Es una buena opción para todo el otoño y el invierno, ya que el recinto ferial apenas tiene sitios en los que taparse de la lluvia y el frío. Pagas tres euros y medio, y te ponen el vaso y los hielos, además de un techo y unos asientos en los que estar cómodo. Eso sí, tienes que ser mayor de edad, ahí sí que ni de coña entras si eres menor», explica Mario. Él y sus amigos tenían como plan esa idea el sábado, pero se enteraron de que el establecimiento en cuestión no abrirá sus puertas para este uso hasta septiembre. La movida de Sanxenxo y Portonovo, la principal culpable.

Quedarse en casa a beber, cuando llega el mal tiempo, también es una opción. Esta posibilidad viene dada en tres formas diferentes, como apunta Luis, uno de los chavales que el sábado bebía en el recinto: «Tus padres se van, tienes un segundo piso familiar al que puedes darle uso para estas cosas o bien, un amigo más mayor, o estudiante universitario, que vive solo o con compañeros».

Con todas la batallas ganadas, parece finalmente que Pontevedra ganó la guerra del botellón. Existe, se practica, pero lejos quedan las riadas de gente bajando del centro hacia el Lérez, y más lejos aún queda Santa María atestada de vasos rotos. En un sábado de verano, apenas 30 personas elegían esta forma de consumir alcohol. El botellódromo ya no es tal cosa.

Los jóvenes de la ciudad prefieren pasar los fines de semana en la marcha sanxenxina