Tres horas para un futuro 100 % natural

carmen garcía de burgos PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

miguel souto / cedida / capotillo

Alberte Fernández y Julio Taboada aprovecharon fincas familiares para crear negocios de agricultura ecológica

24 jul 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Son amigos de Pontevedra y tienen una edad parecida, alrededor de 40, pero uno vive ahora en Palas de Rei y otro en las afueras de Lalín. Ninguno estudió nada que tuviera que ver con el campo, pero los dos se dedican a lo mismo, la agricultura ecológica, aunque la viven de una forma tan diferente como entraron en ella. Solo les une que tanto Alberte Fernández como Julio Taboada llegaron a ella casi por casualidad y a través de tierras familiares.

Alberte acababa de regresar de varios años fuera de España y no quería volver a marcharse. Sin un rumbo vital que le limitase las opciones, fijó su mirada en la casa y las fincas que un día pertenecieron al Pazo de Bendoiro y que desde hacía tiempo pertenecían a su familia. De él heredó el nombre de su empresa. Desde entonces no ha dejado de observar la media hectárea que cada año le da más frutos. Algunos, como la zanahoria o el calabacín, son permanentes. Otros, como las frutas del bosque, estacionales.

Los martes se dedica a sus cuarenta clientes de Pontevedra. Con la furgoneta cargada de cestas de mimbre con productos de su huerta, va casa por casa entregando a cada uno un lote con productos suyos y de otros productores ecológicos de diferentes partes de España con los que mantiene acuerdos. Es la forma de equilibrar un pack en el que puede incluir desde los arándanos que solo se pueden disfrutar seis semanas al año -están en pleno auge en estos momentos- hasta aguacates o naranjas de Valencia, por ejemplo.

Uno de los edificios que visita está en plena Alameda. Allí tiene dos encargos semanales (o quincenales, en función del número de personas a abastecer). Eloísa, Xacobe y Cecilia son amigos, así que, si estos últimos no están, le deja su cesta a Eloísa Puig. Es su primera clienta pontevedresa y la más fiel. Lleva tres años alimentándose, tanto ella como su hija, en parte, de las verduras de Lalín. ¿Son más caras? «Vale la pena», se apresura a responder. «Por muchas razones: el sabor es increíble. No tiene nada que ver con lo que compras en el supermercado», añade. «É que moitos destes produtos que van na cesta estaban hai tan só tres horas na terra», explica Fernández. Además, sus clientes cuentan con otra ventaja: «Coñézoos a todos, e sei o que lle gusta e o que non lle gusta a cada un», lo que le permite hacer casi cestas a medida. «Sabe que a mi hija no le gustan las coles ni los repollos», comienza Eloísa, «nin os grelos -continúa el agricultor-, así que só llos traio unha vez ao ano». Aunque parezca difícil, conoce las preferencias de sus alrededor de ochenta clientes. Los jueves y sábados tiene un puesto en la Praza da Abastos de Santiago, donde también hace reparto a domicilio los lunes.

Sus clientes -y los de su pareja, Ana Rey- no saben qué hay en cada cesta antes de recibirla. Porque todo depende de la tierra. Es ella la que decide cuál de las ochenta variedades que cultiva está en su punto óptimo para ser degustado inmediatamente, y Alberte se limita a escucharla y obedecer. No esconde que es una vocación muy sacrificada, porque trabajan la tierra é y su pareja solos y con las manos, pero matiza que es, sobre todo, en momentos puntuales.

Profesor a media jornada

Algo parecido asegura Julio Taboada, a pesar de ser un modelo diferente de agricultura ecológica. Él entró en ello de manera progresiva «y prudente». Nunca pensó dedicarse a tiempo completo a ello. De hecho, a día de hoy -trece años después de decidirse a intentar evitar que la finca de diez hectáreas que su padre tenía en Palas de Rei, junto a su aldea, Antas de Ulla, se estropearan tras su muerte- sigue sin hacerlo. Este año compaginó su cosecha con la docencia. Le ofrecieron una sustitución como profesor de Educación Física, Matemáticas y Plástica en un instituto de Chantada. «Tuve mucha suerte porque podría haberme tocado en cualquier parte de Galicia y por períodos mucho menores». Por si fuera poco, le gustó la experiencia.

Lo único que tiene en común el trabajo que hace en Finca Laxe Cultivos Ecolóxicos con su idea de futuro de hace quince años es el contacto con la naturaleza. Le gusta el ejercicio y el medio ambiente. De ahí que hasta que en el 2006 decidiera comenzar a trabajar él mismo la tierra con maquinaria alquilada, se dedicaba principalmente a elaborar guías de turismo relacionadas con las rutas de senderismo. Compró la última de sus máquinas, una de las más caras, la cosechadora, hace dos años. Calcula que tiene en su propiedad unos 30.000 euros en vehículos y herramientas de segunda mano, por lo que no pierden valor (en todo caso, dice, pueden llegar a ganarlo). Los primeros años que se hizo cargo de la finca contrataba todo el trabajo a otros agricultores. Pero, poco a poco, se dio cuenta de que apenas sacaba rentabilidad económica a los terrenos, y fue asumiendo también el trabajo físico.

Comenzó a investigar qué opciones tenía para aprovechar el terreno y, tras comprobar que la agricultura convencional -la que emplea químicos y herbicidas- había estancado sus precios hace cuarenta años, la elección de la producción ecológica se abrió camino entre todas ellas y se instaló en la finca de Palas de Rei. Fue también esta curiosidad por conocer los secretos y la realidad del entorno en el que se mueve desde entonces la que lo lleva, cada año con una dirección más clara, hacia la innovación y la vuelta a los métodos más tradicionales.

Investigación

Prueba de lo primero es su colaboración con el Laboratorio Agrario e Fitopatolóxico de Galicia (Lafiga), el centro de investigación agrícola que tiene la Xunta en Abegondo. Gracias a ella pudieron estudiar los efectos del empleo como fertilizante natural de algas extraídas de la costa galllega, conchas de mejillón o estiércol de cabra y de gallinas.

Para apreciar la vuelta a la tradición hay que conocer un poco más sobre su campo, nunca mejor dicho. Antiguamente, los agricultores aprovechaban los beneficios que unos cultivos aportaban a otros, e iban alternándolos. Así, las leguminosas (guisantes, toxo, xesta....) que cosecha en verano fijan nitrógeno en el suelo a través de los rizomas, y es aprovechado más tarde por el cereal (trigo, maíz y centeno) al que destina sus tierras en invierno.

Aún, así para el pontevedrés todo este proceso es el más sencillo de todos. Lo difícil llega después: «Llegó un momento en que me di cuenta de que producir, produce cualquiera, pero para vender bien el producto hay que saber. Es necesario controlar el mercado, estudiarlo, saber el valor añadido de tu oferta... y eso es algo de lo que carece el campo». Él intenta no hacerlo. Por eso, su principal vía de venta es Internet. Tiene clientes particulares en Lleida, Barcelona, Canarias, Albacete, Madrid, País Vasco y Portugal. Y, por supuesto Galicia. Y, de vez en cuando, aparece algún pedido de Tamara Falcó o de un presidente de Mediapro. Ríe al contarlo. Aunque sean solo pequeñas anécdotas para abonar el campo.

«Moitos destes produtos estaban na terra hai só tres horas», explica Fernández