El pontevedrés que soñaba drones

Alfredo López Penide
López Penide PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

Capotillo

Javier Cuenca construye sus propios prototipos para realizar toda clase de trabajos audiovisuales

06 may 2016 . Actualizado a las 21:36 h.

Ha habilitado como taller una de las habitaciones del piso en el que se reside en el barrio pontevedrés de A Parda. Allí, Javier Cuenca diseña y saca adelante los drones con los que posteriormente realiza toda clase de trabajos audiovisuales. «Empecé con el aeromodelismo hace treinta años, cuando tenía 10 o 12 años. Primero, aviones lanzados a mano, luego, controlados por cable y, después, por radiocontrol. Con el paso del tiempo, el tema de los drones se puso de moda y fue un campo en el que, para mí, fue sencillo meterme por lo que sabía de controlar aviones».

«Hay mucho de prueba y error», apunta, al tiempo que confiesa que, si bien no ha roto nunca uno de estos aparatos, sí que es cierto que el primero que construyó con sus manos, «un prototipo», lo perdió: «Se estrelló contra el cielo», bromea, al tiempo que explica que «se quedó sin control y subió a la estratosfera. No lo rompí, porque no lo vi romper. Lo perdí de vista en el cielo. Llevaba una cámara con un transmisor de vídeo y, cuando cayó, la última imagen que se vio es la hoja de un carballo. Había una carballeira de unos veinte kilómetros. Ahí estará».

Este pontevedrés es todo un artesano de las aeronaves no tripuladas. De este modo, y ante la escasa oferta que aún parece haber en España, adquiere las distintas piezas, principalmente, a proveedores de China, aunque también realiza compras a suministradores de Alemania o Finlandia. Reconoce, en este sentido, que, hoy por hoy, «por cuestiones de precio y variedad, China está liderando el mercado de los multicópteros», apunta.

A la hora de ensamblar las piezas, Cuenca apunta que lo más complicado es saber cómo funciona la electrónica -«es lo más complicado, aunque si tienes unas nociones básicas de aeromodelismo no debería resultar muy difícil»-. El motivo no es otro que el hecho de que cada modelo o fabricante tiene sus particularidades, así como matiza que también dependerá de las necesidades que se tengan para la labor que se quiera realizar.

Esto determinará, por otro lado, el número de hélices del aparto. Lo habitual es que un drone disponga de entre tres y ocho hélices, de tal modo que «cuantos más motores la estabilización es más, digamos, pausada o lenta. Para cuestiones de grabaciones de vídeo, por ejemplo, ayuda que tengan más. Los de cuatro son algo más nerviosos, se mueven un poco más, pero como los estabilizadores de cámara, los guimbal, también han evolucionado pues no hay problema», indica mientras su mirada se dirige a un pequeño cuatrimotor de competición. «No participo en carreras. Lo tengo como curiosidad», aclara entre risas.

En este punto, no duda en reconocer que, en la actualidad, el principal hándicap de estas aeronaves es su autonomía de vuelo, que viene condicionada por el peso del aparato. Es por ello que advierte a cualquier aficionado que empiece en este mundillo que, a día de hoy, huya de cualquiera que oferte autonomías por encima de los veinticinco minutos.

Con el paso del tiempo, lo que era una afición se ha terminado convirtiendo en una salida laboral que complementa su trabajo como autónomo para el Concello de Poio. «Empiezas con un juguete y te acabas metiendo más hasta que al final ves que le puedes sacar un rendimiento a un cacharro de estos».

En todo caso, advierte de que no es la panacea: «Hay trabajo -apunta-, lo que pasa es que esto está cada vez más masificado. Hay como un efecto llamada de que esto puede ser la solución, de que va a haber trabajo para todo el mundo, pero hay que saber lo que se tiene entre manos. No es llegar y besar el santo». No en vano, porque alguno de los drones que ha construido Javier Cuenca puede llegar a rondar los seis kilos de peso.

Ya tiene en mente cual va a ser su siguiente prototipo, un multicóptero que pueda usar para trabajos de topometría, topografía y ortofotos. «Sería un aparato para volar completamente en autónomo con vuelos programados».

Perdió su primer drone prácticamente en el primer vuelo que hacia -«se quedó sin control y subió a la estratosfera»-, una circunstancia que no le desanimó, ni mucho menos, de tal modo que con el tiempo vio que tenía una salida empresarial: «Empiezas con un juguete y te acabas metiendo más hasta que, al final, le puedes sacar un rendimiento»