Las huellas del Brenntag en el Umia

Antonio Garrido Viñas
antonio garrido VILAGARCÍA / LA VOZ

POIO

<span lang= es-es >El fantasma negro</span>. Como si fuera el monstruo del Lago Ness, un enorme plástico negro aparece semihundido en las aguas del río.
El fantasma negro. Como si fuera el monstruo del Lago Ness, un enorme plástico negro aparece semihundido en las aguas del río. m.f.< / span>

Nueve años después, la resaca del vertido permanece bien a la vista en el río

10 jul 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Y, de repente, una tubería naranja. Nueve años después, la resaca del vertido del Brenntag permanece bien a la vista en Umia. Bien es verdad que hay que adentrarse en el cauce pero el choque es brutal. El by pass que se construyó para que Vilagarcía no se se secara en los días más dramáticos del vertido está a la vista de todos. Y no solo las tuberías. Una mole de plástico negra, que abarca muchas decenas de metros, está en el medio y medio del río. Tiene toda la pinta de ser una de esas piscinas anticontaminación que se instalaron para que los desechos químicos no llegaran al agua. Curiosamente, finalmente todo acabó sumergido. El plástico y, con él probablemente, parte de lo que sobre él se había acumulado. Da la impresión de que se quiso hacer la vieja maniobra de tirarlo todo por el váter, en este caso por el Umia, pero que en esta ocasión no llegó al mar, que es donde suelen acabar todo este tipo de residuos. Se quedó enganchado en alguno de los muchos troncos que por allí hay, que esa es otra.

Fernando e Isaac llevan muchos años dando paladas en el Umia. Sobre todo el primero, de Paradela y uno de sus personajes más carismáticos porque a fin de cuentas fue quien interpretó el papel de Jesucristo durante veinticinco años en las representaciones de la Semana Santa. Y, ahora, barba blanca y gorra desteñida por el uso, no da crédito a lo que sucede en el río. Para llegar al lugar donde el choque con el by pass casi te corta la respiración hay que sortear más de un tronco que acumula plásticos y residuos como para alimentar a una planta de reciclaje durante una jornada a pleno rendimiento. Isaac no es gallego. Su asombro es todavía mayor. Sentado a la proa de la piragua, da paladas por el Umia esquivando todo tipo de obstáculos.

Son Fernando e Isaac quienes ejercen de guías desde el agua hacia las tuberías de la vergüenza. Ellos los tienen más fácil que quienes tienen que encontrarlas desde tierra. Esa es otra. Un paraje espectacular que está prácticamente vedado, como si fuera un coto de pesca de lujo, porque su acceso es imposible.

Nueve años después, lo que más sorprende cuando se bucea en el recuerdo de aquellas aguas de color turquesa es la fortaleza de la naturaleza. Los peces, muchos, nadan tan tranquilos sobre el plástico negro, que se extiende durante más de un centenar de metros semisumergido en las aguas, sin mayores problemas, y de cualquier árbol puede despegar un miñato al menor movimiento del intrépido paseante. La amenaza está sobre sus cabezas. A un lado del río, la tubería que ya ha perdido su color en varios de sus tramos. En la otra vera, un par de amenazantes caños que tienen toda la pinta de venir de un frustrado parque empresarial. Y, sobre todo, el problema de la perseverancia humana en tropezar en la misma piedra.

El plástico negro se alarga durante muchos metros

a lo largo del

cauce del río

Fernando e Isaac ejercen de guías desde la piragua hacia las tuberías de la vergüenza