El escultor autodidacta que dio forma a su vida

C. Pereiro PONTEVEDRA / LA VOZ

MORAÑA

lUZ cONDE

El morañés posee una vena artística natural que lo hizo viajar y vender sus piezas por toda Galicia

23 jul 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Tiene su habitación en la tercera planta de la residencia para mayores de Campolongo. Allí, al final del corredor, hay una pequeña galería con una mesa en la que la luz natural entra como si se diseñara para un artista. El lugar le sirve de estudio a Paulino González, el morañés que recorrió Galicia vendiendo las piezas que él mismo tallaba en piedra, cemento o madera. Pasaron décadas, y ahora la pintura y las letras ocupan su tiempo libre en esta galería de la tercera planta.

«No pude estudiar mucho, en mi época era algo complicado», reconoce con humildad y valentía. A sus 86 años, tiene una memoria prodigiosa, intacta a decir verdad. No cursó una carrera, tampoco estudios superiores, pero siente admiración por Cervantes, Valle-Inclán y José Zorrilla. Entre sus papeles y cuadros es habitual que aparezcan sus retratos. «¿Sabía usted que a Cervantes algunos lo dibujan con pelo y otros más calvo? Yo suelo hacerlo de esta última forma. Al no haber fotos en la época no nos podemos fiar de los únicos retratos que hay», explica con sorna.

Recita del tirón párrafos y poemas, tanto ajenos como propios. En unas pequeñas libretas los escribe a mano. «Se los suelo contar a las rapazas que viven aquí. Uno va mayor, pero hay cosas que no se deben perder. Ellas encantadas», ríe.

Habla sin prisa pero sin pausa. Observa y muestra los cuadros que ha pintado en las últimas semanas. Paulino cogió el pincel al llegar a la residencia y tuvo que dejar un poco de lado el oficio de escultor y ebanista. «Viví muchos años entre la agricultura, plantando maíz y patatas en casa; y la ganadería, con mis ovejas y demás animales. ¿Los cruceiros, las figuras y resto de piezas? Iba con el carro, tirado por una bestia, y llevaba lo recogido y lo esculpido», explica Paulino. «Vendía bastante. Me gustaba, y conocía mucha gente. Debí empezar a finales de los años cuarenta, más o menos».

Nunca tuvo maestro de cantería. La única figura que pudiera asemejarse a un profesor fue la de su hermano, aunque falleció cuando él aún era joven. «Como era ebanista, me fijé en las herramientas que dejó, y bueno, comencé a ello. Me desplazaba hasta fábricas de madera, o al cauce del Ulla a por piedras».

Así pasó años, de aquí para allá. Aprendiendo y esculpiendo su vida, buscando oficios y ganando los cuartos como más o menos podía, aunque dice que nunca le faltó trabajo, que logró vivir bastante bien. No se casó nunca, o si lo hizo, fue con la pasión con la que realiza sus obras.

Ahora, los años se notan, y han pasado ya diez desde que entró en esta residencia. Señala que es feliz, que se está bien, aunque no le gusta la gente que no escucha o no tiene educación. «Mire usted. Yo trato de entender las cosas, de llevarme bien con todo el mundo, pero algunos parecen empeñados en llevarle la contraria al resto», afirma con el ceño fruncido.

Posee buena salud y no le importa caminar para tomarse un café o volver a su Moraña natal, que visita con frecuencia, cada semana. Conserva su taller, al que acude regularmente y que guarda una colección de más de 300 piezas, que fue almacenando y salvando a lo largo de su vida.

«Si quiere le hago precio», ríe. «De interesarse alguien aún vendo las figuras y las cruces, claro que no todo el mundo conoce mi viejo oficio». En la residencia ha sido capaz de distribuir alguno de los cuadros que ha ido creando. Quizás no desprendan una calidad propia de un alumno de Bellas Artes, pero sí posee un estilo personal, que recuerda a aquellos grabados románicos de las paredes y las iglesias. Cierto es que sus esculturas presentan un fuerte componente de este estilo, claro que no es algo intencionado, es simplemente natural para sus manos.

Paulino recoge los pinceles y guarda sus cuadros. Toca tomar un vino en la planta baja. «Mucho calor estos días, pero yo estoy bien, me siento bien».

«Me interesó el oficio después de que muriera mi hermano. Él era ebanista y dejó unas herramientas que empecé a usar yo mismo, sin saber bien cómo»

Fue también agricultor y ganadero, y se muestra muy interesado por la poesía y la literatura. A sus 86 años recita poemas enteros de corrido, y se atreve a llenar una libreta con los suyos propios