Portocelo, un vergel para el compost

Marcos Gago Otero
marcos gago MARÍN / LA VOZ

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m.g.

Un vecino aprovecha su baño diario desde hace 8 años para llevar a su casa una bolsa con algas para abonar su huerta

16 nov 2016 . Actualizado a las 05:05 h.

Genaro Maneiro es un habitual de la playa de Portocelo, en Marín, todas las mañanas desde hace ocho años, cuando se jubiló después de una prolongada vida laboral trabajando en el mar. Este vecino de Cantodarea acude hasta este arenal por dos motivos. El primero es más frecuente, darse un baño siempre que no llueva o sea domingo. La segunda razón ya es más inusual, recoger algas para abonar la huerta de su casa. Y en ambas tareas es un experto.

Él lo cuenta con toda naturalidad, no ve nada extraordinario en zambullirse en el agua de Portocelo, aunque la playa está prácticamente desierta a la una de la tarde. En su opinión, este arenal está dotado de microclima y no hay nada más bueno para mantener la forma física que darse un buen chapuzón. Y con la misma sencillez describe su segundo motivo para acudir a este arenal un día sí y otro también. «Eu veño a nadar aquí todos os días sempre que o tempo acompaña, e levo unha bolsa de algas para facer compost e plantar catro cebolas, catro legumes, e cousas así na horta da casa», relata.

Admite que recoger algas para los campos ya no es una práctica generalizada en la sociedad, pero recuerda que hasta hace no muchas décadas, los restos vegetales marinos eran una parte imprescindible del abono de las fincas de toda la comarca. El compostaje puede estar de moda en la sociedad del siglo XXI -solo hay que pensar en los famosos composteiros comunitarios-, pero hace cien años era una práctica de lo más común entre los gallegos de la costa. En aquellos días hacía falta materia prima, el mar es una fuente inagotable de algas y, además, es gratis.

De alguna forma, este marinense se siente ligado con aquellas tradiciones ancestrales de sus antepasados, y también le sirve para mantener su vinculación con el mar donde trabajó toda su vida. «Antigamente todo o mundo tiña animais. Agora non os hai e non se consigue xuntar compost suficiente para plantar patacas», señala. De ahí que eche mano a los restos marinos, que también son un complemento de primera calidad. Además de mondas de naranja y otros restos de comida, Genaro resalta que las algas son un elemento muy útil para fabricar el abono natural destinado a sus tareas agrícolas caseras.

«Traballar na horta é unha afición eu fágoo como o facían os nosos bisavós, veño á praia cunha bolsiña e todos os días collo as algas, sempre en Portocelo, e as levo ás rocas para que sequen», describe. Así pesan menos y al día siguiente es más fácil llevarlas a casa. Tampoco es cuestión de llenar un coche. No hacen falta tantas.

Desde Cuspedriños

¿Alguna preferencia? No, ninguna en particular. Los ejemplares que escoge, en la medida de lo posible, se trata de algas frescas, arrastradas por el mar hasta la orilla. Es un producto que aporta nutrientes para la tierra y que cumple con creces su cometido de abonar la huerta. Bromea con que su mujer se le queja a veces de que jornada tras jornada repita ese ritual diario, pero él no tiene pensado cejar en su empeño. Tras muchos años de experiencia, esta fórmula artesanal de trabajar la finca nunca le ha fallado.

Genaro incide en que no es el único que recicla las algas empujadas por el mar hasta Portocelo. «Hai máis xente», sostiene. Por ejemplo, destaca que mientras hubo buen tiempo e hizo calor «viña un señor todos os días desde Cuspedriños, que está a trinta quilómetros, aproveitaba para dar un baño e máis se levaba unha tina de algas para compost».

A sus 66 años, este vecino no deja de alabar su playa favorita. Para él, hablar de Portocelo es como describir una piscina climatizada. «No verán non traio a toalla, agora a traio, pero non a uso nunca. Aquí non hai frío nin nada diso. E compreime unha camisa para non ter frío na auga e non a uso porque a temperatura da auga está perfecta», añade. «Non pode estar mellor», sentencia.

Con toda normalidad, Genaro recoge la bolsa con la recolección del día y se despide. Va a las rocas que utiliza como secadero natural con la idea de llevárselas mañana. Así que ya saben, si se acercan a Portocelo a pasear y les llama la atención verlas tendidas al sol, no se las tiren. En la playa, hay algas suficientes para todos.