El toque de la Persia del Shah que Marín dejó volar

Marcos Gago Otero
marcos gago MARÍN / LA VOZ

MARÍN

Su última residente, Cristina Lilliestierna, dio brillo a un edificio que salvó de ser cantera para el puerto y que hoy yace en el olvido

14 feb 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace 16 años que se apagó la voz de Cristina Lilliestierna, la periodista y escritora sueca que, en los años cincuenta, lo salvó de la piqueta en una subasta, impulsada por un Concello de Marín que tenía entonces poco aprecio por su patrimonio cultural. Con su muerte, se fue la última oportunidad que tuvo Marín de preservar el increíble mundo, casi de cuento, en que su última inquilina había transformado aquella casa que recogió solo con las paredes en pie y que tranformó en un centro cultural de primer orden en la Galicia de mediados del siglo XX. Y es que Cadro llegó a ocupar un lugar tan importante en el corazón de Cristina que, junto con su marido, se dedicaron a darle un esplendor artístico y cultural insospechado para los transeúntes que pasaban frente a sus muros de cierre junto a la carretera de Marín a Moaña.

A cualquier visitante a Cadro en esos años le llamaba la atención el sumo cuidado por los detalles. «Ella siempre estaba pensando qué podía hacer, incluso cuando estaba enferma», recuerda una de las vecinas de Pardavila que trabajó en el pazo. Si los jardines eran de cuento, el interior del edificio quitaba el hipo. Distribuidos por todas partes en sus siete estancias, cocina, lagar, fogones, comedor, biblioteca y torre, Cristina Lilliestierna y su marido Juan, exhibieron los objetos más preciados de su larga trayectoria profesional -ella periodista en la convulsa Francia del general De Gaulle, y él ingeniero en la Persia del shah Reza Pahlevi-. Azulejos de inspiración asiática, de figuras y filigranas traídos desde Oriente Medio colgaban en las paredes y en las chimeneas de la vivienda. Cientos de libros en varios idiomas y de multitud de temas abarrotaban las estanterías que llenaban la biblioteca. Arcones portugueses, muebles varias veces centenarios labrados en madera, cuadros de diferentes artistas gallegos y extranjeros, una capilla que se abría al público para la misa del gallo en Nochebuena, figuras decorativas africanas, armas orientales, en resumen, todo un compendio del siglo XX y más.

De este mundo de encanto ya no queda nada. Las estancias están vacías -afortunadamente los muebles, libros y azulejos se vendieron o los regalaron los herederos antes de que los ocupas invadiesen el pazo-. Los jardines son un zarzal, el palomar está vacío, la capilla de santa Bárbara amenaza ruina y todo el conjunto monumental, con las puertas y ventanas tapiadas, ofrece ahora una imagen fantasmal, más propia de una historia de terror de Edgar Alan Poe. Lo peor es que, una vez más, la falta de ideas se interpone entre Cadro y su futuro. Su califición urbanística y la burocracia lo condenan a la ruina.

Un pazo espectacular. Cadro es el pazo más grande de Marín, con un edificio central, que incluye una capilla dedicada a santa Bárbara, jardines, palomar, hórreo y hasta piscina. foto cedida

Abandono extremo. Un espeso matorral oculta el pazo, mientras que el deterioro del edificio se ha acelerado tras el paso de los ocupas que no han respetado su antigüedad ni su historia. foto r. leiro

Una finca muy cuidada. Los jardines de Cadro eran famosos. Varias personas se ocupaban de cuidar árboles de varias especies y de tener limpio el palomar y edificios auxiliares. foto cedida

La huella de abandono. El bosque salvaje ha reconquistado la ladera del pazo. El palomar y los edificios anexos se encuentran inservibles y nadie cuida de los árboles ornamentales. foto r. leiro

Curiosidad insaciable. La biblioteca era una de las colecciones privadas más variadas de la comarca. Sus estanterías acumulaban cientos, quizás miles de libros en varios idiomas. foto cedida

Una decoración exquisita. Todas las habitaciones y salas tenían una decoración muy cuidada, destacando los muebles labrados, los azulejos persas y orientales y los objetos forjados. foto cedida