Pesqueros de Marín, bandera de fuera

Marcos Gago Otero
marcos gago MARÍN / LA VOZ

MARÍN

El patrón mayor de Marín en el puerto, con un barco local de Gran Sol abanderado en Francia.
El patrón mayor de Marín en el puerto, con un barco local de Gran Sol abanderado en Francia. paula fariña< / span>

Todos los buques del Gran Sol izan pabellón francés o inglés para sobrevivir

01 oct 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Hubo un tiempo en que la dársena pesquera de Marín era un mar de gentes y de barcos. Era la estampa más habitual, diaria, de lo que se vivía en cuanto se traspasaba el linde del recinto marítimo. No hace muchos años su lonja era una de las más atractivas de Galicia y un trasiego constante de cajas de pescado y mariscos. Hubo también una época de reconversión del sector, de recortes durísimos y de caída en picado, en barcos, en empleo, en descargas y en beneficios. Hasta hoy.

En el naufragio de la pesca en Marín, cada armador siguió el mítico grito de los hundimientos, el «¡sálvese quien pueda!». Y la flota del Gran Sol, uno de los sectores insignia de la pesca gallega, encontró esa salvación en dejar de ser española. Hoy ninguno de los aproximadamente quince barcos que faenan en el tradicional caladero de los buques gallegos tiene pabellón español. La mitad iza bandera británica y la otra mitad lo hace con la francesa. Fue el último recurso. O eso o el desguace.

A los armadores no les gustó la idea de dejar de ser españoles, pero los tijeretazos constantes a sus ya exiguas cuotas no les dejó más alternativa. Eso sí, los barcos tienen bandera extranjera, pero las casas armadoras son marinenses. La normativa europea les ha permitido mantener un contingente mayoritario de tripulantes de aquí, que en este caso suele ser de O Morrazo, con algunas peculiaridades como la normativa francesa que impone un capitán galo a los pesqueros donde ondea su pabellón.

La venta del pescado también se hace en casa, no ya en Marín, como lo hacían antes, sino en la lonja de Vigo, que hace ya años que arrebató la altura a la local.

Un armador, que prefiere el anonimato, explicó que los barcos tienen que cumplir algunas obligaciones con sus nuevos países. Por ejemplo, todas las descargas se hacen en puertos británicos o franceses -hay que dar algo de movimiento comercial a sus radas-, pero el pescado, principalmente gallo y rape, se sube a camiones y se transporta a España, a Vigo. En esa rada se subasta y desde allí se distribuye, a cargo de las compañías comercializadoras, a los mercados centrales peninsulares, sobre todo a Madrid y Barcelona.

Por lo demás la flota se avitualla en Marín, donde se surte de tripulantes y donde, a fin de cuentas, aún reside su corazón, aunque no su matrícula. El patrón mayor, Enrique González, paseando ayer por el puerto, mostró tres buques, dos con pabellón francés y uno inglés. Al señalar a uno de ellos indicó: «Fíjate, pone BA, es Bayona, pero no de España, es Bayonne de Francia. La gente es de aquí». No quedó otro remedio más que adaptarse o morir. No todas las flotas tuvieron esa suerte. En un muelle cercano un pesquero de 10 años espera su desguace. Por ahora el Gran Sol está capeando ese destino.

La escasez de cuotas para España forzó el abanderamiento en otros países

«Tuvimos que llevar los barcos fuera para dar viabilidad y futuro a nuestras empresas»

El representante de la pesca en Marín, Enrique González, es conciso, pero contundente. «La flota del Gran Sol que existe en España es de bandera extranjera, el resto se desguazó». Entiende que el abanderamiento fuera se convirtió en una necesidad. Su casa armadora fue una de las primeras en hacerlo, cambiando la bandera rojigualda española por la Union Jack británica en los años noventa. «Tuvimos que llevar los barcos fuera para dar viabilidad y futuro a nuestras empresas, ahora podemos tener cuotas y trabajar todo el año, las cuota españolas eran insuficientes», puntualizó.

Han pasado los años y Enrique González entiende que aquella fue la mejor decisión que pudieron tomar. Visto lo ocurrido después, si no llegan a cambiar de Estado, su barco sería hoy chatarra. Ironiza sobre la fórmula elegida por la flota para subsistir. «Traemos capital extranjero». Resalta que en la actualidad las relaciones con las autoridades británicas -su barco tiene pabellón inglés y está ahora faenando en el Gran Sol- son excelentes. Las condiciones de trabajo son adecuadas y asumibles por el sector y, al final, el producto remata en España, que es dónde más se consume. En su opinión, la operación valió la pena.