El lutier que se echó al monte para poder respirar

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

CERDEDO-COTOBADE

RAMON LEIRO

Compone, toca y arregla instrumentos en medio de la nada; vive rodeado de verde con su mujer y sus críos

08 abr 2016 . Actualizado a las 08:14 h.

Iván Gulín Porto es una maravillosa coincidencia; está en el sitio adecuado en el momento preciso. Aparece él, con sus barbas y cara jovencísima pese a los 37 años que ya peina, en una mañana soleada, en el rural de Cotobade, justo cuando el forastero se pierde. Uno le habla con la única intención de preguntarle cómo se llega a la aldea más cercana. Pero no logra marcharse sin conocer su vida y obra, que merecen ser contadas. Iván está en una finca en la que hay cachivaches de niños, desde un coche a una cama elástica. Y lo primero que uno piensa es qué pinta todo aquello allí en medio de la nada. Resulta que Iván vive ahí, rodeado de verde y de su familia; una mujer y dos críos pequeños. Su casa, ora de madera ora de paneles coloridos, es diminuta. Pero tiene un encanto descomunal. Como él, que se suelta a hablar enseguida y explica en una frase cómo llegó ahí: «Necesitábamos respirar aire puro», sentencia.

Gulín es de Soutomaior. Pero siempre coqueteó con mudarse al rural de Cotobade. «Viñemos primeiro de acampada e despois xa alugamos casa aquí», recuerda. Al final, compraron una finca y se quedaron en ella. Y ahí llevan seis años. Tienen dos críos, una de siete años y otro de cinco, que seguramente serían la envidia de muchos niños de ciudad. Cuentan con una caseta de madera donde poder jugar rodeados de verde y pueden correr hasta cansarse sin que nadie tenga que vigilarlos. Están en el monte, literalmente en el monte.

¿De qué viven? Ahí es donde la historia de Iván Gulín se hace más especial. Él hace muchas cosas. Pero la palabra que mejor lo define es la de artista. Porque compone música; arregla instrumentos -ahora también intenta fabricarlos, y ya hizo una viola antigua-, da clases, toca el contrabajo y es cantante lírico.

Dirige tres corales

Reconoce que para ganarse el pan no siempre puede estar en su rincón verde:

«Dirixo corais, dou clases nas de Ponte Caldelas, O Viso e Cesantes»

. Aún así, todo lo que hace tiene un áurea distinta: «

Intentas saír un pouco do de sempre. A xente gústalle cantar as cancións tradicionais galegas, e si as temos no repertorio, pero tamén introduzo algunha peza sudamericana ou

zarzuela

... Normalmente, o que queren cantar é o que sempre escoitaron. É un pracer dirixir estas corais, porque teñen moitísima tradición. Eu compároas co fútbol, contan con moitos fieis».

Mientras habla, Iván abre una puerta y aparece su taller, su estudio... Su lugar. Allí están, colocados con mimo, violines, violas... Iván podría contar la historia de cada uno de ellos. Unos son suyos, otros los arregló... Confiesa que ganarse la vida como lutier y músico es complicado. «Estou empezando, traballo cunha persoa que fai zanfonas e me manda traballo. E tamén quero vender instrumentos. Son un artesán, vou pouco a pouco», cuenta con palabras tranquilas, acordes con el ambiente del lugar, donde el tiempo, ese que siempre falta en las urbes, parece dispuesto a dar treguas continuamente.

Iván ofrece una infusión y habla de una vida distinta. De respirar aire puro a diario y olvidarse de muchas preocupaciones mundanas. «É certo que vives co xusto, moi pouco a pouco.. Pero estamos moi contentos», enfatiza.

Sus hijos no tienen cerca amigos con los que poder ir a jugar. Los niños más próximos están a varios kilómetros, así que el único momento en el que comparten horas de entretenimiento con otros críos es en el colegio. Pero Iván hace una reflexión: «Ás veces nas cidades un está rodeado de xente pero vive illado e non ten con quen xogar ou falar facilmente». Aún así, su hijo pequeño no deja de pintar ciudades, con sus rascacielos y coches. Esa anécdota da pie a un epílogo que hace pensar: «Eles xa farán coas súas vidas o que teñan que facer... Eu amósolles o que me parece máis fermoso», remacha.