El cartero que llevaba las cartas de la esperanza

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

A LAMA

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Elio repartía las misivas que mandaban los emigrantes a A Lama contando buenas noticias a los suyos

07 jun 2016 . Actualizado a las 09:25 h.

Si uno se deja caer por A Lama, sobre todo por la parroquia de Escuadra, será raro que no escuche hablar de Elio. Su fama de buen conocedor de la zona y de gran contador de historias le precede. «Se queres saber cousas de antes vaite ata onda Elio, o da taberna de O Peso, ten moitos anos e boa cabeza», dicen en un bar que está al lado de la playa fluvial. «Busque a Elio, él sabe mucho», añade un asturiano casado en A Lama que vive en la zona de As Chozas. Y uno, lógicamente, acaba poniendo rumbo a O Peso, donde le recibe una iglesia alta y algunas casas de piedra bien parecidas. Allí, sí o sí, hay que preguntar por Elio, que peina los 91 años. Aparece él con bastón y cabellera blanca resplandeciente. Y, nada más echar a andar, uno piensa que, en realidad, ese palo que le sirve de punto de apoyo debe de ser pura coquetería, porque camina bien ligero. No pone reparos a charlar con el forastero. Es más, para hacerlo, enciende la luz de una taberna que, aunque ahora tiene menos actividad, fue toda una institución.

Elio tiene una memoria tan precisa que en cada capítulo que cuenta de su vida reproduce conversaciones. Son tantas las anécdotas que, al final, uno le tiene que pedir que empiece por el principio para intentar componer su historia. Y eso hace. Él nació muy cerca de O Peso, en otra aldea de A Lama. De joven, se marchó a trabajar a Madrid. Pero le llamaron a filas y volvió a Santiago. Dice que la mili no fue dura pero «foron tres anos totalmente perdidos. Iso non me serviu para nada». Luego, volvió a A Lama y se casó con Basilisa Durán, en el año 1950. «Eramos veciños, viámonos nas festas... E casamos, e casamos ben, que aquí seguimos», cuenta. Fue el enlace el que le trajo para O Peso, donde empezó a trabajar en la taberna. Y también se bregó con la ganadería. Cuenta el hombre que, por aquel entonces, tascas de aldea había un buen número de ellas. Pero que ninguna era como la suya. Y se explica: «Eu aquí tiña de todo. Se viña unha muller por un pintalabios, eu tíñao. Se viñan por una masilla para botarlle aos cristais, ou polos cristais para unha porta, eu tíñaos. Zapatillas, comida... Todo, aquí non faltaba de nada», señala. Aunque uno se lo imagina, recuerda él que esos eran tiempos en los que el rural estaba lleno de vecinos, con jóvenes por doquier. «Pero todo se foi acabando... A emigración, eu que sei... tantas cousas. E ademais agora un vai ao supermercado, non anda buscando nada nas tabernas». Aún así, a sus 91 años y llevando jubilado dos décadas, se resiste a dejar el mostrador y de cuando en vez se toma un vino con quien llega pidiéndolo.

Nada de ir andando

Hasta ahí, su vida de tabernero. Pero para conocer a Elio hay que contar su otra historia; la de cartero. Sí, también tenía este oficio. Cuenta él que repartía cartas «das boas» y cuando uno le pide que se explique dice que ahora solamente llegan a los hogares recibos del banco y similares. Pero que cuando él se encargaba del correo quienes escribían eran los emigrantes. «

Viñan cartas desde Brasil, desde México... e adoitaban traer boas noticias de alá, era bonito darllas á xente»,

dice

. Eran, cómo no, las cartas de la esperanza;

las que contaban la nueva vida que tenían quienes se decidieran a montarse en aquellos barcos que cruzaban el Atlántico o en los trenes que llevaban a las urbes europeas y españolas y solían llevar tanta hambre como hombres.

Por la época que le tocó vivir, uno se lo imagina repartiendo el correo a caballo. Pero está claro que Elio siempre fue un adelantado a su tiempo. Cuenta que, al principio, los vecinos venían a recoger el correo a la taberna. Pero que hubo quien le denunció y Correos le dijo que tenía que salir a repartir. «Eu planteime en Vigo e púxenlles as cousas claras. Díxenlles que andando non daba recorrido as aldeas, que chegaría a onde puidese. E que, coas 9.000 pesetas que me daban daquela, que xa me foran subindo, que empecei cuns reais de nada, o coche non o podía levar. E cambiáronme as condicións e collín o coche, claro que si. Iso podía facerse antes, que aínda había sindicatos fortes e lle daban a razón aos obreiros... Agora a cousa estache moi mal con esa reforma que fixeron... Aos obreiros agora nada», enfatiza él.

Cuenta su capítulo de rebeldía laboral con garra. Luego, sentencia: «Iso xa vai alá». Y, haciendo gala de nuevo de su memoria prodigiosa, habla de viajar. Estuvo en Argentina, Uruguay... «E volvín, como non ía volver», termina.