«Vives pendiente del teléfono»

Cristina Barral Diéguez
cristina barral PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

capotillo

Benito Chaves pasa doce horas a la semana conectado a una máquina de hemodiálisis a la espera de un riñón

30 mar 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Benito Chaves Fariña pasó ayer el Día Nacional del Trasplante con su rutina de cada miércoles. De cada miércoles y también de todos los lunes y viernes desde hace cuatro meses. Una sesión de hemodiálisis de cuatro horas -cinco si se suman los preparativos- en esa unidad del Hospital Provincial de Pontevedra. Este pontevedrés de 55 años sabe lo que es recibir un órgano, en su caso un riñón, y también lo que es volver a una lista de espera tras el rechazo a ese primer trasplante.

Pese a esas vicisitudes, Benito es de esas personas que no se rinden fácilmente y prefiere ser positivo. Tras salir de hemodiálisis cuenta su caso en el propio hospital. Viene con un bocadillo y su inseparable mochila. Cuenta que la insuficiencia renal que padece se debe a una enfermedad rara y hereditaria: la poliquistosis renal. «Ya la tenía mi abuelo y mi padre, y la tienen mis tres hijos, aunque no a todo el mundo se le desarrolla igual», aclara.

Esa dolencia conlleva el crecimiento de unos quistes en los riñones que pueden llegar a provocar una disfunción renal. «Si un riñón normal pesa unos 200 gramos uno con poliquistosis puede pesar 4 kilos», dice a modo de ejemplo. Benito fue trasplantado en el Juan Canalejo de A Coruña hace más de cuatro años. «En octubre hará cinco años. Me lo pusieron un jueves y me lo tuvieron que sacar un sábado porque tuve un problema de coagulación que derivó en una trombosis del riñón, algo muy difícil de detectar», explica.

Tras ese palo, Benito tuvo que someterse varios años a hemodiálisis peritoneal. «Estaba toda la noche. Es más fisiológica y se sufre menos que con la hemodiálisis», comenta. Su vida depende ahora de esa máquina que, como un riñón artificial, ayuda a su cuerpo a eliminar las sustancias nocivas y tóxicas de la sangre. ¿Cómo lleva esas horas en el hospital? «Sabes que tienes que estar aquí. Escucho música y me entretengo con el teléfono, pero con una mano. A veces también leo. Sales cansado y con varios kilos menos, así que compensa controlarse en casa para sufrir menos aquí», detalla.

Sostiene que hay avances y ahora en la hemodiálisis con él no usan fístulas, sino un giro. «Es como una manguera plástica donde pinchan, las fístulas se rompían, daban problemas e incluso deformaban los brazos, así que el giro es mejor».

Vueltas a la cabeza

¿Piensa mucho en la llegada de ese órgano?, se le pregunta. «Se piensa mucho, sí. La espera y las vueltas que se le da a la cabeza es lo peor de la enfermedad. La familia lo lleva mal, pero el paciente siempre lo lleva peor. Vives pendiente del teléfono», señala. Espera que ese riñón compatible llegue a tiempo: «Tengo 55 años, pero aquí hay gente muy mayor a la que ya no se lo puede hacer un trasplante». La enfermedad obligó a Benito a dejar su trabajo como jefe en una planta de hormigón. «Ahora no puedo trabajar y estoy como jubilado temporalmente», relata.

Él, que sabe lo que es la solidaridad porque recibió un órgano, no entiende cómo donantes en vivo no cuentan con una protección laboral que impida su despido. Algo que está ocurriendo en algunas empresas y que ha denunciado la Asociación Española de Ayuda a Niños con Enfermedades Hepáticas y Trasplantados (HEPA). «Que pase esto es horrible. Solo falta que nos quiten la diálisis», remacha.

Benito, que practica algo de natación y cuida de su huerta, agradece la dedicación de los trabajadores de la sanidad pública. «Esto funciona gracias al personal, que es fantástico». En el turno de mañana de la unidad de hemodiálisis pacientes y empleados son casi como una familia. «Siempre coincidimos los mismos y hablamos de lo mismo».