El niño que curó su pena ayudando a los demás

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

CAPOTILLO

Le encanta el fútbol, pero tuvo que dejarlo. Se puso muy triste. Y salió a flote recogiendo tapones solidarios

13 sep 2016 . Actualizado a las 16:55 h.

A Víctor Piñón Parada, que es de Marín, su fama le precede. Y no es de extrañar. A sus 12 años, tiene una afición tan curiosa como entrañable. Resulta que, guiado por Rosa, que es amiga de su mamá y ahora también íntima suya, el chaval se sube una o dos veces por semana a bordo de un vehículo para recoger tapones solidarios aquí y allá; tapas plásticas que luego se venden y con ellas se costea el tratamiento de niños con necesidades especiales. En realidad, Víctor también es un niño especial. En todos los sentidos. Lo es por su carácter solidario, por los ojos cariñosos con los que mira a su madre, por las notas fantásticas que saca -en el último curso, sexto de primaria, todo sobresalientes y notables-... Y, también, por un problema de salud del que se recupera con fuerzas de león. La conversación con él parte desde ese punto. Arranca recordando esa dolencia que dio pie a toda su historia. Como él es un poco tímido, su mamá, María Parada, y la gran amiga de ambos, Rosa Crespo, le ayudan a contar todo lo vivido, que no es poco.

A Víctor, que es del Barça aunque está prendado de un portero alemán que se llama Manuel Neuer, siempre le gustó el fútbol. «Gané con los benjamines un trofeo por ser el portero menos goleado», recuerda. Su ilusión era entrenar y jugar. Pero un día tuvo que dejar de hacerlo. «Tenía un problema de crecimiento y continuas lesiones, se le rompían los huesos, y no podía seguir practicando fútbol», cuenta su madre. Víctor, como es normal, no se lo tomó del todo bien. Él no lo dice, pero su madre sí: «Lo pasó muy, muy mal», recuerda ella. Lo intentó con otras actividades. Se puso, por ejemplo, a pintar. Pero no acababa de entretenerse del todo. Hasta que Rosa se cruzó en su vida. ¿Qué ocurrió? Ella, que es amiga de la infancia de su mamá, le propuso que la acompañara un día a recoger tapones solidarios. Y le contó qué gusanillo le había picado a ella para pasarse las semanas recolectando tapas de sitio en sitio: «Le hablé de los niños a los que se ayuda. Le dije que yo empecé porque me solidaricé muchísimo con la campaña de la niña Paula de Boiro, a la que se le costeó el tratamiento para poder andar. Y que a partir de ahí ya no pude dejarlo, porque hay muchos niños con necesidades especiales a los que tenemos que ayudar».

El caso es que Víctor interiorizó bien todas esas historias. Le calaron esas anécdotas que escuchaba por boca de Rosa sobre el niño al que le habían costeado unos audífonos, aquel otro que gracias a los tapones tiene un andador... Quiso poner su granito de arena. «Me apetecía ayudar a los demás», cuenta el niño. Pero nunca creyó que, además de ser solidario, acabaría enganchado a la red taponera de semejante forma. Y es que, tras los primeros viajes con el coche a reventar de tapones, ya no quiso dejar de hacer la ruta. Acompaña a Rosa sí o sí, hasta cuando recoge las tapas a las ocho de la mañana, como hoy mismo. Insiste él en que lo hace para ayudar, pero su madre puntualiza: «A él también le vino muy bien, porque se empezó a poner más contento, le ayudó a superar todo».

«Él es el jefe»

Rosa, una de estas mujeres que no pueden dejar de ayudar nunca, también puso de su parte para que Víctor saliese a flote. Le llama «jefe» y dice que es él quien comanda la recogida de tapones. «Hacemos todo lo posible para adaptarnos siempre a sus horarios, porque es algo que a él le encanta», indica. Además, cuenta que Víctor se está haciendo un nombre en su colegio. No en vano, todo el mundo sabe ya de su idilio con los tapones, así que se los entregan y le ayudan.

En unos días, a Víctor le toca dejar atrás ese centro y estrenarse en el instituto. Lo hará más contento que hace un tiempo. Y es que, aunque no siempre, a veces la vida es justa. Y resulta que aquella dolencia que le apartó del balompié va remitiendo. Cuenta María que se descubrió que Víctor tiene intolerancia a la lactosa y es celíaco y que, a raíz de cambiar su alimentación, empezó a mejorar también en cuanto al crecimiento y las lesiones. Así que, ahora sí, puede intentar darle patadas al balón. Tendrá que dividir bien su tiempo. Toca jugar, estudiar -de mayor quiere ser investigador forense- y taponear. De esto último, como él dice, ya no quiere ni puede desengancharse.

Es de Marín, tiene 12 años y supone todo un ejemplo de altruismo. Su timidez hace difícil conocerle. Pero ahí está María, su madre, para recordar toda su historia

Rosa, amiga de su mamá, fue la que le enroló en las campañas. Ella le llama «jefe» y le cuenta las historias de los críos a los que apoyan, como la de Paula, la cría de Boiro a la que se le pagó un costoso tratamiento

Como si se tratase de una recompensa por su labor, su salud mejoró y puede intentar jugar