Un paraíso forestal lleno de historia

pablo santos PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

REBECA TIZÓN

El Pazo de Lourizán se consolida como alternativa para el turismo que abarrota la ciudad, con su riqueza natural e histórica como reclamos

27 ago 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

«Este terreno es una maravilla», dice Laura Fernández. Esta madrileña aficionada a la fotografía viene al Pazo de Lourizán para captar las mejores instantáneas del lugar. Y es que llegar a la finca de la parroquia pontevedresa significa reencontrarse con la historia. Escondida en la espesura del bosque, a 3 kilómetros del centro de la ciudad, la finca ha ido fraguando su propia leyenda. Tal vez por la costumbre de verlo todos los días, el gran portalón verde que preside el terreno pasa casi desapercibido ante los ojos de la gente que discurre por la carretera vieja de Marín. Actualmente, escolta a una barrera que impide pasar vehículos -solo por las tardes-, un gesto que dota a la finca del toque de hermetismo que posee hoy en día, pero que contrasta con lo que fue no hace tanto tiempo. A lo largo y ancho de las 54 hectáreas que componen el jardín, la arboleda única que en él se alza ha visto como se trataban auténticos asuntos de estado. A la granja de la parroquia pontevedresa accedían con frecuencia algunas de las personalidades más relevantes del siglo XIX. Sin embargo, estas visitas no eran espontáneas, el ministro y presidente del Gobierno durante la Restauración, Eugenio Montero Ríos, adquirió la finca y la convirtió en su residencia de verano. En Lourizán encontró el lugar ideal, en un latifundio con embarcadero propio. En sus entrañas, se halla el palacio, la edificación más emblemática. Un edificio de corte modernista donde, tiempos atrás, se consumaron hechos históricos como la firma del Tratado de París, por el cual se declaraba la independencia de Cuba y se otorgaban a Estados Unidos las colonias de Filipinas, Guam y Puerto Rico.

«Nos informaron de que estaba esta finca por aquí, que tenía una historia muy grande y queríamos aprovechar para traer a los niños y que lo vieran. Además, tiene árboles y plantas que son difíciles de encontrar», explican Javier y Susana, dos valencianos que pasan unos días con sus hijos en Pontevedra y que, fuera del bullicio que la ciudad presenta estos días, optaron por un respiro en la mítica finca. La opción no les defraudó, la cara más escondida del turismo pontevedrés deja sorprendido al que la visita: «Nos ha gustado más de lo que podíamos pensar, se nota que el edificio está descuidado y que necesita una restauración, pero siempre impresiona ver un sitio donde pasaron tantas cosas importantes», afirma Javier.

Tras el fallecimiento de Montero Ríos, la familia del político vendió el terreno a la Diputación que, a día de hoy, continúa siendo la propietaria de la finca. Esta adquisición fue solo el primer paso para una nueva reconversión. De residencia de verano para un presidente del Gobierno, pasó a ser una referencia forestal dentro del territorio gallego. Además del preciado jardín botánico, con especies exóticas y autóctonas, en el seno de la granja se establecieron dos organismos dependientes de la Xunta de Galicia: el Centro de Experimentación y Formación Agroforestal y el Centro de Investigaciones Forestales y Ambientales.

Pero los usos de la granja no se quedan aquí. Con acceso libre durante todo el día, el rincón es muy preciado para todo tipo de actividades. Como localización para aventureros en búsqueda de las mejores fotografías o cortometrajes o para realizar visitas guiadas por parte de las escuelas. La riqueza del lugar es innegable y los habitantes de la propia zona lo aprecian: «Veño sempre á granxa a pasear ó can, é un bó lugar para que el ande solto e tamén para min, que atopo o lugar bastante relaxante. A media hora que paso aquí é o mellor momento do día», comenta Maruja Piñeiro, vecina de Os Praceres. Y ahí sigue, el Pazo de Lourizán sobrevive al paso de los años con la sensación de que siempre vive en un relativo olvido.