Aquellos libros

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro CAFÉ SOLO

OURENSE CIUDAD

31 mar 2017 . Actualizado a las 23:49 h.

Hay quien tiene la suerte de haber conservado algunos de los juguetes de su infancia -no es mi caso, por desgracia, ya me gustaría, pero a uno siempre le queda la posibilidad de soñarlos-. Y tampoco es demasiado frecuente que los primeros libros que uno leyó, por más que estuviesen impresos con una cierta solidez, hayan resistido el paso del tiempo. Qué no daría yo ahora por poder leer a Wilde como lo leía en Sillobre. En aquellas ediciones para niños, magníficamente ilustradas, que acercaban al público infantil, a comienzos de los años setenta del pasado siglo, relatos como los de El príncipe feliz o El amigo fiel, logrando que la prosa resultase atractiva para los más pequeños sin restarle ni un ápice de su intensidad poética. Como en un milagro. Dirán ustedes, y con razón, que a poco que uno busque es fácil encontrar aquellos libros de nuevo -estoy pensando, como a ustedes no se les escapa, en la legendaria colección Esmeralda, de la editorial Susaeta-; pero mucho me temo que mis ojos no sabrían ver hoy de la misma manera lo que en otro tiempo miraron. Y no me siento con fuerzas para enfrentarme a ello, no quiero que me envuelva una tristeza que sería inevitable. La verdad es que pocas magias puede haber más grandes que la de haber sabido conservar la mirada de un niño, ese asombro permanente que hace que, al final, nada de lo extraordinario resulte extraño. Precisamente de eso hablaba yo en Ourense, en el Liceo, el pasado sábado, con Xavier Casares, el hermano de Carlos: de cómo el saber contemplar el mundo a través de una mirada que no envejeció nunca permitió al autor de Un país de palabras seguir viendo siempre lo que ante nuestros ojos ya se ha borrado.