Miedo sin recargo

Isaac Pedrouzo ESTO NO ES OREGÓN

OURENSE CIUDAD

27 feb 2017 . Actualizado a las 22:39 h.

La segunda vez que sentí miedo de verdad una novia de esas que duran solo tres noches empujaba su puño derecho con fuerza contra mi cara. Con el izquierdo batía una pluma blanca -de la que nunca adiviné el dónde ni el porqué- y, a ritmo de «te gusta esto» recorriendo cada recoveco de mi cuerpo, yo inventaba entre carcajadas el orgasmo fingido masculino.

Duró tres noches. Después se fue con el dónde y el porqué.

Solo sentí miedo una vez antes de eso.

Muy cerca de mi casa, de una de todas las que he tenido, inauguraban un videoclub, Bitles, situado a medio camino entre la calle Villar, lugar habitado por mujeres que venden amor a bajo coste, y la zona de los vinos, lugar donde el amor se gana a golpe de vaso de tubo.

El amor sin motivo aparente.

Alquilé Apocalypse Now en un vano intento de tratar de ser tan culto y listo como creía que lo eran mis amigos. Aunque resultó que a ellos en realidad les gustaba Porky´s.

Para cuando ya había memorizado diálogos y banda sonora, el precio del recargo por quedarme la película más tiempo del debido ya superaba su precio de mercado, y ni siquiera mi cara a medio camino entre el que nunca ha roto un plato y el que ha hecho pedazos cien vajillas podría librarme de aquello. Me cambié de videoclub.

Me fui un barrio más allá, al parque de San Lázaro, donde los videoclubes se llamaban Hollywood y ya tenían cajero automático, donde la vergüenza de alquilar películas X se perdía al pulsar la última cifra del número secreto.

El camino a casa había cambiado. Ahora tendría que evitar algunas calles para no encontrarme con Carmen, la dueña del Bitles, dejar de frecuentar las terrazas de la plaza mayor donde ella también tomaba café.

El peso de la traición en cada pisada indecente.

El miedo llegó en forma de carta. Nunca recibía correspondencia a mi nombre y aquel sobre blanco irreprochable hacía su presentación con un Abogados González en el remite. Dentro, una amenaza fanfarroneaba con aire burlón hablando de juicios y cifras exorbitantes para un deuvedé que nuevo costaría menos que aquel viejo disco que te regalé. Por un pequeño segundo más largo de lo normal me imaginé a mí mismo sentado en un estrado luciendo mono naranja y jurando decir toda la verdad. Y nada más que la verdad.

Hice lo que hacen todos los valientes: metí 20 euros dentro del plástico que protegía la portada de la película y, una noche al salir del bar que cierra cuando abren todos los demás, metí la caja por debajo de la puerta del Bitles.

Asunto zanjado.

El videoclub cerró poco tiempo después, quiero pensar que no por culpa de gente como yo, quiero pensar que no hay mucha más gente como yo, que cada vez que Carmen ve Apocalypse Now en Netflix pasa de largo evitando el recuerdo de su videoclub humano con rostro propio donde dejé alguno de mis miedos sin recargo por debajo de la puerta.

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