«Alertaba a las chicas de que había hombres casados en la Nitons»

Cándida Andaluz Corujo
Cándida Andaluz OURENSE /LA VOZ

OURENSE CIUDAD

Santi M. Amil

Fue en la década de los setenta portero de la famosa discoteca ourensana

04 oct 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Antonio Rodríguez Sierra (Verín, 1926) vivió durante su infancia en Feces de Abaixo, cuando las minas de wolframio dominaban el día a día de sus habitantes. Empezó a trabajar, de muy joven, como ayudante de panadería, en el economato de las minas. Más tarde desarrolló sus cualidades como mecánico y empezó a realizar tareas en los talleres. Cuando se casó vivió una temporada en Pías de Sanabria (Zamora), pero enseguida la familia se desplazó a la capital ourensana. No eran buenos tiempos y emigró primero a Alemania y después a Suiza, dejando a su mujer e hijos en Ourense. Allí trabajó -venía de vez en cuando a Ourense- y con el dinero que ganó reconstruyó su casa. Regresó como todos, por morriña, y tras trabajar un par de años en Vigo, se le presentó una nueva oferta, de la mano de un vecino del pueblo de su mujer, Vilardevós: ser portero de una discoteca, de la Nitons. Eran principios de los años setenta. «Recuerdo que venía muchísima gente y se llenaba. En aquellos años era la que más clientes tenía», afirma. Algunos recuerdos son nítidos y otros menos. No era fácil, asegura, mantener el orden cuando la gente se sobrepasaba. «Había mucho gamberrismo, ahora también lo hay», subraya. Aunque asegura que la juventud de entonces consumía menos, porque no había tanto dinero. «Me llevaba mucho mejor con los jóvenes que con los mayores que iban a la discoteca. Consumían un vaso y observaban. Había mucho mirón. Yo alertaba a las chicas de que había hombres casados en la Nitons», subraya. Y añade: «Habían muchas hijas de amigos del barrio que veía por allí y yo les decía que tuvieran cuidado».

Antonio Rodríguez recuerda que había que pagar para entrar, pero a veces hacía la vista gorda: «Yo sabía que había algunos jóvenes que no tenían dinero suficiente. Consideraba que aquellas criaturas tenían necesidades y poco para gastar. Entonces les dejaban pasar sin parar en la taquilla». Pero también vivió situaciones peligrosas. No era fácil decir a alguien que no podía pasar. «Recuerdo que una vez hasta me sacaron una navaja. Tuve que coger un palo y acabamos los dos en la comisaría. A mí me mandaron para casa», relata. «No tenía miedo, pero estaba alerta», subraya. «Lo único que hacía era que si veía a alguien borracho ya no le dejaba pasar. Se podía hacer de forma prudente, aunque a veces era difícil. Yo nunca fui a buscar a nadie, simplemente me tenía que defender», apunta.

A pesar de todo lo que se ha hablado en lo últimos años sobre los porteros de discoteca, dice que mucha gente no se da cuenta de que su presencia les da seguridad y les protege. Incluso, asegura, había noches en las que llegaba muy estresado a casa y le costaba dormir. «Es muy duro. No le aconsejaría a nadie que lo fuese». Han pasado, asegura, muchos años desde aquello. Hubo tiempos en los que le reconocían por la calle. Ahora menos. «Ahora voy poco al parque de San Lázaro, pero allí están muchos recuerdos».