«Este trabajo hay que quererlo, amarlo»

Cándida Andaluz Corujo
cándida andaluz OURENSE/ LA VOZ

OURENSE

santi m. amil

Una enfermera y tres auxiliares atienden las noches en la residencia Nuestra Señora de la Esperanza

29 abr 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Los usuarios ya están en sus habitaciones y en la residencia no se oye casi nada. Es medianoche y, aseguran las trabajadoras, es una jornada demasiado tranquila. Por el momento. Es el centro Nuestra Señora de la Esperanza de mayores asistidos dependientes, ubicado en A Farixa. Hoy en día, ocupan sus habitaciones 177 mayores, distribuidos en los diferentes pisos de un edificio singular. La directora, Amelia Mosquera Arias, está dando los últimos retoques al vestíbulo antes de irse. Y las trabajadoras del turno de noche empiezan a visitar las habitaciones para comprobar que todos los residentes están bien. Son una enfermera y tres auxiliares: Rocío Nieto, Aris Ramos, Ana Crespo y Obdulia Blas. Desde las diez de la noche a las nueve de la mañana el trabajo es constante. «Ahora mismo dos de ellas van habitación por habitación viendo cómo está la gente y les dan las buenas noches. Se fijan más en las que están encamadas. Las otras dos están limpiando el vestíbulo y doblando la ropa limpia. Una hora más tarde se empiezan a cambiar los pañales a la gente incontinente, se acompaña a otros al servicio y se atienden las llamadas de las habitaciones. Hay tres visitas por la noche para cambios de pañales y para acompañar al baño», explica la directora sobre lo el trabajo pautado.

Pero cada noche es diferente. Pueden tener que salir al hospital con algún mayor, atender una emergencia o, incluso, en el peor de los casos, asistir una muerte. Todas las noches no son iguales. Son las doce y hay una llamada. Un residente acaba de vomitar. La enfermera y una auxiliar acuden a su habitación para ayudarle. «Terminan de hacer un cambio y casi tienen que empezar a hacer otro. Son cuatro plantas y van una por una», dice Amelia Mosquera.

Un día antes, comentan las trabajadoras, un usuario con una enfermedad mental gritaba y se movía sin parar por los pasillos de la residencia. «Suele haber noches complicadas. A veces coinciden varias cosas a la vez. Tenemos que estar muy pendientes. Es mucho trabajo, porque entre los mayores hay mucha obsesión por ir al baño y las llamadas son continuas», relata. La mayor parte de los residentes necesitan asistencia, son dependientes, y requieren de ayuda para hacer casi cualquier tarea. A todo esto hay que añadir la medicación que deben tomar.

Los trabajadores del turno de noche tienen un gran trabajo por delante. Y, aunque puede parecer que es más tranquilo que el día, no es así. «Yo llevo trabajando aquí 34 años. Cuando empecé, por las noches no se hacía casi nada. Recuerdo que la primera semana me dio tiempo a hacer una chaqueta de lana. Pero ahora somos muy exigentes. Antes se hacía un solo cambio y se atendían timbres. Desde que cogí la dirección programé más cambios. Tienen trabajo», recuerda Amelia Mosquera.

Después de tanto tiempo, hay muchas anécdotas. Pero Amelia recuerda las noches sin dormir de Ramiro: «Una vez se levantó por carnavales en calzoncillos y en camiseta, Vino a mi habitación y se puso mis botas altas y una manta en la cabeza y salió por la puerta. Menos mal que un perro que teníamos ladró y nos dimos cuenta de que estaba fuera. Otra noche estaba de mal humor, cogió una fregona y dijo que nos iba a matar. Al final lo convencimos». Por eso, asegura: «Este trabajo hay que quererlo, amarlo. Por dinero solo, no. Hay que tener vocación. Si lo quieres no se te pone nada por delante. Tiene cosas bonitas pero otras que no lo son. Ves morir a mucha gente», añade

Aris Ramos es auxiliar y esta noche está en la residencia: «El trabajo de noche es muy distinto al del día. Te sientes menos arropada y la responsabilidad es mayor». Aunque, asegura, la experiencia te ayuda a manejar las situaciones. Rocío Nieto es la enfermera. Afirma que es imposible descansar. «Estamos atentas a cualquier ruido, hay que corregir las posiciones de los mayores en las camas, cambiarles los pañales y atender a los timbres...», explica. La parte positiva es, dice, la relación que establecen con las personas. «A veces te sorprenden. Crees que no se enteran pero en algún momento son conscientes e incluso saben que es el último día del turno y te despiden hasta que vuelves. Se les coge mucho cariño», afirma. La muerte es la parte más difícil. «Muchos nos cuenta su vida y somos las únicas personas que los visitan. Los llegas a conocer perfectamente y te involucras», dice. Se detienen un minuto para hacerse una foto de grupo y vuelven a su tarea. Las luces del recinto se apagan, aunque la actividad empieza.

«Es un trabajo vocacional. Si lo quieres no se te pone nada por delante»

«Muchos nos cuentan su vida

y somos las únicas personas que los visitan»