El planeta imaginario

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La creadora turca muestra su trabajo en el Simeón.
La creadora turca muestra su trabajo en el Simeón. Santi m. amil

Pintura de Neslihan Özgenç, viento del Oriente Próximo en el centro cultural Marcos Valcárcel

25 abr 2016 . Actualizado a las 11:54 h.

«Los delicados tocan el amor con tiernos violines. Pero el rudo se sirve de timbales. Prueben como yo, a darse vuelta como un guante y ser todo labios». Maiakovski.

Curiosa y exótica exposición es la que Neslihan Özgenç presenta para el centro cultural Marcos Valcárcel bajo el título Oráculo Agoreiro. La artista turca plantea, a través de un mundo imaginario, plagado de presencias fantásticas, próximo a la dulce imaginería del Chagall de los animales voladores y en la ternura de los paisajes flotantes, la versión órfica de la unidad espacial reconstruida y de la metáfora onírica y el lirismo de la memoria en la que se interrelacionan ambos mundos, real e imaginario, en el mismo plano.

Oráculo Agoreiro relaciona la terrible belleza del carnaval de formas y colores, desfiguraciones y ascensiones apasionadas, documentos de la catástrofe humana de nuestro tiempo, del éxodo y la vergüenza de ser consentidores de la apatía social y el inmovilismo que este drama revela como el fin de la empatía en el mundo de hoy. La insoportable falta de solidaridad que ensordece nuestras conciencias aturdidas por el espejismo del capitalismo feroz y el miedo que paraliza nuestros actos.

Escenificar la esperanza

Lugares en los que se hacinan seres desplazados sin propia elección en ciudades que no son su casa, instantes en los que el hombre necesita mucho valor para salir adelante cuando la violencia, la guerra o la persecución te convierten, de la noche a la mañana en refugiado. El arte se abre paso sobre la devastación de las ruinas de la guerra, reinventando paisajes irreales con los restos del pasado de una ciudad aniquilada, en una recreación de la poderosa reconstrucción de las formas que la imaginación realiza escenificando la esperanza frente a la destrucción y el caos, enfrentando en una imagen dual, ambas perspectivas.

Reinterpreta el gesto subjetivo, deconstruyendo la objetividad y combinando realidad y ficción con quiméricas procesiones de apariencia naif y deformada que presentan seres afables y personajes inmersos en el paisaje en el que irrumpen y se integran, levitantes en la estructura compositiva, con toda su imaginaria presencia zoomórfica; desfiguraciones dotadas de una personalidad mística de hombres y animales que no inquietan, una figuración esperanzadora como fórmula de evasión romántica a una realidad de naufragios, bombardeos y ciudades destruidas.

Desgarros que se materializan en formas artísticas, rotundas y celebratorias frente a la devastación que presenta el máximo drama humano sobre ciudades flotantes, bosques, mares, nidos, árboles, casas que son medusas y edificios modernistas con cúpulas Gaudianas que se vuelven del revés, como en un reflejo, alterando la perspectiva.

La destreza de la línea

Una suerte de expresionismo con aire oriental, indostánico de grandes y diversos ojos compuestos y el surrealismo de las figuras múltiples, que generan nuevas formas y un cromatismo que se aproxima a la visión simultaneísta de Delaunay, con masas coloreadas de impulso autónomo, fórmulas aleatorias que redefinen los espacios creando nuevas formas.

La soledad de las personas que habitan en la impiedad de las grandes ciudades, su anonimia, incomunicación y aislamiento. Pero en el núcleo de esas fauces de ciudad abierta, perviven esos héroes sin nombre, imagen misma de la solidaridad y el altruismo. Esos seres, esas presencias, se representan como titanes sonrientes, cosidos y recosidos, reconstruidos con las múltiples puntadas que atesoran como cicatrices. Seres mágicos que llenos de encanto edifican un mundo de idealizada esperanza en el que los seres recuperan sus alas para volar libres por un cielo más que azul, acuático y del revés. Una naturaleza fantástica de seres pisciformes, felinos, aves, humanoides y monstruos, que en coexistencia pacífica, reafirman sus diferencias buscando en las afinidades y el respeto, el diálogo que asegura la convivencia y el bienestar de todos los habitantes de ese planeta imaginario.

Las cabezas desearían echar raíces, mientras seres nómadas observan desde arriba el esqueleto de la ciudad real y destruida, oscurecida, derruida y gris en la que la ropa, como una bandera de esperanza humanizada, se balancea en la misma secuencia temporal.

Un bestiario mágico e ingrávido se representa con la destreza de una línea de contorno que define, singulariza y da volumen a las formas, con una iconografía excelsa y personal que simultanea realidad y deseo, y remite desde el plano figurativo al mundo feliz de Miró.