El patrón de sociedad imperante y el contexto educativo

José Domínguez

OURENSE

26 nov 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Los incesantes cambios sociales de los últimos años, la creciente conflictividad social, el impacto de sucesos terribles (suicidios), así como su repercusión sobre actitudes personales y relacionales, han puesto de relieve la necesidad de contemplar el fenómeno de la violencia escolar en la agenda educativa. Además, es constatable que los centros educativos y su profesorado deben asumir que el cometido de la convivencia en las aulas y el aprendizaje de la misma por el alumnado forma parte de sus tareas docentes más ineludibles.

Aun poniendo de relevancia que los centros de enseñanza están destinados a mejorar los comportamientos intergrupales, también es cierto que no siempre se hace un uso adecuado de ellos. Se da la paradoja de que, aunque se siga reconociendo la violencia como una circunstancia propia de nuestra condición humana, resulta contradictorio que sea reconocida como un problema emergente de salud pública. Conseguir delimitar por completo su uso es una tarea tan imposible como inútil, especialmente en los tiempos actuales en los que se asiste a una total dependencia e incremento constante.

En este sentido, la violencia escolar ha sufrido numerosos cambios en su grado de visibilidad social a través de la historia y las culturas, siendo evidente a día de hoy en nuestros centros escolares. No obstante, suele ser mal conocida, cuando no ignorada, por los adultos, hasta el extremo de que sus formas menos intensas gozan, si no de aceptación social, sí de un grado de permisividad e indiferencia desconocedor de las negativas consecuencias que estas conductas pueden llegar a tener en quienes las realizan y las padecen, y de que en ellas está, probablemente, el germen de otras conductas antisociales posteriores.

Asimismo, la violencia escolar puede considerarse como un fenómeno que ancla sus raíces en el patrón de sociedad imperante y en los contextos en los que se ubican los centros educativos. No puede ser reducida, ni en su explicación ni en su abordaje, a las características individuales de quienes son agresores o víctimas. En consecuencia, sería importante, trabajar desde la prevención e intervención inmediata, reforzando la vigilancia para minimizar su impacto. Pese a restricciones, esta reflexión invita a ahondar en esta problemática de violencia en la socialización adolescente, pues afirma James Baldwin «no podemos cambiar todo lo que enfrentamos, pero mientras no lo enfrentamos no podemos cambiar nada».