Receta secreta y con tradición

Cándida Andaluz Corujo
cándida andaluz OURENSE / LA VOZ

A CORUÑA CIUDAD

Santi M. Amil

Cuatro generaciones han endulzado la vida de los ourensanos

24 nov 2014 . Actualizado a las 05:25 h.

Hablar de Churrería Lolita es hablar de la importancia de la familia. Es uno de los ingredientes de su receta, con secreto, que incluye solo productos de calidad. Y de las conversaciones que se enlazan para hablar de su profesión. Nieves Seara González es la tercera generación de esta familia de churreros. Guarda con mimo un documento de los años cuarenta del pasado siglo, de sus abuelos, en el que ya aparece la churrería. No era Lolita entonces. No sabe si la profesión venía de antes, pero asegura que cuatro generaciones han vivido por y para ejercerla. Su madre, también Nieves, heredó la churrería y su padre se unió a ella. Del matrimonio nacieron cinco hijos. La mayor, Lolita, fue quien le dio el nombre, aunque ahora no ejerza. Junto a ella estaba Gelín, el mayor de los hermanos, el alma del negocio, como afirma Nieves. Ya fallecido, su mujer, Ana María Pérez Vilamarín, trabaja con su hijo en el negocio familiar. David Seara, de 27 años, es sinónimo de futuro. También ejerce otro de los hermanos, Agustín Seara González, que no ha conseguido que sus hijos quieran seguir con la churrería. Pero no le apena. «Las cosas cambiaron mucho en los últimos tiempos. Ir de feria en feria no es como era antes. Se ha perdido el contacto entre unos y otros. Nos divertíamos y compartíamos muchas cosas. Ahora no es lo mismo», afirma con desánimo. No en vano, la historia de su infancia, junto a sus hermanos y padres, de feria en feria, es toda una experiencia de vida. Recuerdos que ambos hermanos, Nieves y Agustín, relata con nostalgia y con miles de anécdotas. «La primera vez que vi el mar fue cuando fuimos a A Coruña, para participar en una feria en el barrio de Los Mallos. Estábamos acostumbrados a ir a pueblos pequeños y para nosotros aquello fue impresionante», relata. Nieves también añora los tiempos en los que toda la familia viajaba en caravana. «Mis padres se levantaban muy temprano para tener todo preparado. Luego nos venían a despertar a nosotros y nos contaban muchas historias. Y todo eran risas», dice.

Las churrerías se montaban en mesas de madera y se tenía que utilizar el agua que se encontraba en la localidad de destino. «Tras el trabajo había que lavar todo. A veces teníamos que caminar con las cosas varios kilómetros para sanearnos y para fregar», explica Nieves. Muchas cosas han cambiado y ahora los puestos se convierten en las ocasiones importantes en grandes cafeterías, que poco tienen que envidiar a establecimientos que se encuentran en cualquier ciudad.

«¿Qué supone para nosotros la churrería? Para mí es tradición y amor. Lo que nos inculcaron nuestros padres. Mi madre fue una persona muy querida que la conocían allí a donde iba. Ellos comenzaron con poco y el negocio prosperó. Criaron a cinco hijos, compraron una casa y nos enseñaron a ser buenas personas», dice.

A David, el más joven, también le tocó y le toca vivir los veranos de caravana. Pero no de cámping. «Lo único malo es que los veranos los pasas trabajando, pero yo he vivido toda la vida al lado de una churrería. Es el trabajo de toda la vida y para mí es una opción de fututo». David, hijo del fallecido Gelín, ayuda a su familia en muchas ocasiones y ha aprendido la técnica para hacer los churros, aunque aseguran que es cosa de la experiencia. En él están depositadas las esperanzas de Churrería Lolita. «Es una responsabilidad grande, pero se toma con cariño», explica.

La sociedad ha cambiado mucho en los últimos años, pero hay tradiciones que se mantienen si se saben adaptar a los tiempos. «Está claro que las cosas no son como eran antes, pero esta profesión nos ha dado de comer a todos. Sería una pena que no continuara», dice Agustín.