Antón, el cerdo

OPINIÓN

17 feb 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

En la marinera localidad de Espasante, sobre la que descansa una de las playas más desmesuradas del mundo, cada año cuidan a un cerdo como si el gorrino fuese el último ejemplar de una criatura en proceso cierto de extinción. La atención sería ya llamativa aunque Antón, el puerco, fuese un chihuahua enano de lazo y cascabel, uno de esos sabuesos a los que sus dueños hablan en falsete y con diminutivos infantiles. Pero Antón es un simple cerdo, un cerdo sonrosado y rechoncho que durante unos meses corretea por el pueblo entre la indiferencia surreal de los vecinos y que algunas mañanas baja a la playa para recostarse en las toallas de turistas ocasionales, atónitos ante la normalidad con la que los lugareños consienten al bicho sus caprichos. Tanto miramiento con el marrano, al que a veces untan de Nivea para amortiguar la calentura de una exposición excesiva a la solaina, lo vuelve veleidoso e imprevisible, actitud que se le disculpa en cuanto se estima que el destino cruel del gordo Antón es ser sacrificado y subastado y que tanta atención esmerada no es más que una preparación para conseguir una pieza hermosa y bien tonificada. Me acordé de Antón mientras Sánchez anunciaba el viernes las elecciones. Una involuntaria asociación de ideas, un reflejo condicionado que convirtió a nuestros políticos en cochinos rechonchos y vanidosos que se paseaban al trote ante nuestros ojos sin percatarse de que el cuchillo actuaría justo por San Antón.

Este año, en Espasante han indultado a Antón. El ganador del sorteo no ha reclamado al cochino y el bicho ha sorteado el sacrificio. En el pueblo lo han mandado a una granja escuela. Imposible mejor destino para nuestros políticos