Ese fanático que gobierna Cataluña

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

Albert Gea | reuters

11 dic 2018 . Actualizado a las 13:09 h.

Jamás pensé que en un sistema democrático pudiera existir alguien que pidiese la solución de un problema con métodos propios de la insurrección. Jamás pude imaginar que un gobernante del siglo XXI instase a los ciudadanos a seguir el modelo de una nación que había conseguido la independencia con una guerra que provocó decenas de muertes y cientos de heridos. Pues en esta España singular donde lo más insólito resulta posible existe ese personaje. Y que nadie crea que ha cometido un error aislado. No: lo que dijo el señor Torra es la culminación de un proceso mental que venía desarrollando desde siempre, no desde que es presidente de la Generalitat de Cataluña. Este ciudadano ya apuntaba maneras cuando su tarea más conocida era la de escritor de tuits para denigrar a España, a los españoles y a su idioma. En su cabeza estaba anidando un odio racista por el que nunca se disculpó y que forma parte de su ideología básica. Su designación como presidente le obligó a cuidar formas y léxico, pero no sus convicciones: asumió que solo era el representante del único presidente legítimo, Puigdemont, y llegó a insinuar que estaba dispuesto a inmolarse por la causa de la independencia. Con una mentalidad así, de disposición al martirio y de sentirse el enviado de otro mártir exiliado, todo despropósito era esperable. Se empezó a hacer visible el día en que arengó a los revoltosos de los CDR: «Apretad, hacéis bien en apretar». Resultó escandaloso el pasado día 6, cuando irresponsablemente se puso al lado de los violentos y en contra de su propia policía, cuya depuración exigió. Esa policía, los Mossos d’Esquadra, habían evitado un grave enfrentamiento civil de consecuencias incalculables, pero los Mossos habían cometido el delito de reprimir a los que iban a «apretar». Y después, los mismos policías recibieron la orden de permitir que se cortase una autopista durante 15 horas, seguramente porque los revoltosos también estaban «apretando». Así es el personaje Torra en su papel de gobernante. ¿Nos sorprendemos de que propugne el modelo esloveno con su guerra, sus muertos y sus heridos? No deberíamos: coincide con la corriente de pensamiento que entiende que nunca hubo un proceso de independencia pacífico y todos o la inmensa mayoría tuvieron un alto coste en vidas humanas. Aquí buscan «un precio alto, injusto, pero inevitable», en palabras del fugado Comín. Y eso ocurre en el territorio español que más presumió de seny, que viene a ser el sentido común. Nunca pensé, insisto, que pudieran llegar a esto. Pero Torra ha llegado. Y, al margen de las medidas políticas del Gobierno central, él, personalmente, tiene que pagarlo. La insurrección no puede quedar en la impunidad.

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