Del vínculo entre violencia y petróleo

Nelson Rivera CAMPO DE PRUEBAS

OPINIÓN

26 jun 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Aunque el estudio de Leif Wenar se concentra en el petróleo, las tesis de su libro se refieren a las economías cuyo sustento principal es la explotación del subsuelo. En los capítulos introductorios de Petróleo de sangre. Sobre tiranos, violencia y las reglas que rigen el mundo (traducido por Fernando Borrajo Castanedo, Armenia Editorial, España, 2017), el autor traza un boceto de carácter planetario: la exploración del oro, el aluminio, el hierro, el litio, el estaño, el tungsteno, el itrio, el lantano y muchos otros minerales, tienden a inscribirse en un modelo de explotación que es inseparable del poder.

Salvo excepciones como Chile y Noruega, los ejemplos contrarios son inequívocos. Basta con preguntarse por el estado de la democracia en las repúblicas islámicas petroleras, en la Rusia del siniestro Putin, en la Venezuela destruida por el régimen dictatorial de Maduro, o en los países de África donde abundan los minerales, para que sea evidente la relevancia del vínculo entre dictadura y minerales.

Cuando se revisan las tendencias planetarias de los últimos cincuenta años se constata que los países sin petróleo han mejorado el desenvolvimiento de sus economías y el estatuto de sus libertades. Al contrario, «los Estados petroleros no son más ricos ni más libres ni más pacíficos que en 1980», y, en lo económico, «son más opacos e inestables que los no-petroleros».

Hay unas lógicas asociadas a la explotación de los recursos minerales: puesto que se encuentran en el subsuelo, están siempre bajo el control del poder. La regla es que unas pocas personas, en todos los países, se hacen con el control de esas riquezas.

Las riquezas del subsuelo tienen dos características que las convierten en un bien perverso. La primera: es muy difícil controlar cuánto se extrae. La práctica de reportar menos de lo que se extrae es indisociable de la economía minera. Y, lo segundo, es que los minerales, sobre todo en nuestro tiempo, se transaccionan por dinero de forma instantánea. A medida que el conjunto de la economía del planeta se vuelve cada más dependiente de los minerales -la producción de computadoras, teléfonos móviles y tabletas, por ejemplo- los minerales adquieren un carácter cada vez más urgente y estratégico.

El que el petróleo y el resto de los minerales se puedan transaccionar de forma tan veloz por montañas de dinero constante y sonante, está en el nudo causal de dos hechos: la tendencia de los poderosos de los países petroleros a destruir las democracias e instalarse en el poder de forma permanente. Y, en asociación con lo anterior, al ejercicio de la violencia en todas sus formas y extremos. Como ocurre en Venezuela: los países petroleros desarrollan poderes ávidos, adictos al efectivo, al dinero listo para ser despilfarrado.