Seguramente a todos nos importe un pito si Alba Carrillo merecía ser la ganadora, si Fonsi Nieto se ha pasado cuatro pueblos con la denuncia a su ex por haber llevado al niño al camerino de Telecinco, y seguramente a todos no nos interesa en absoluto si Laura Matamoros merecía ser finalista. No tenemos probablemente idea de quién es José Luis -ese hombre que ha consolidado la tendencia de salir en la tele sin camiseta- y por supuesto nos da igual si Bigote Arrocet ha estado a la altura de esta edición. Supervivientes nos importa, esa es la verdad, nada. Nada de nada. Y seguramente también así lo hemos ido demostrando a diario, porque cada vez que encendimos la televisión en casa (si es que la encendimos) hemos mirado para otro lado.
Y es cierto que cada vez que alguien leía en una web algo sobre el programa conseguía que el resto de los que estaban a su alrededor ignorasen por completo la información. Supervivientes es un espacio que -lo sabemos todos- a priori no nos hace mucha gracia, que nos aburre y que nos harta. Es verdad. Por eso ayer cuando los datos constataron que tres millones y medio de espectadores, un 33% de la audiencia, apenas durmieron por seguir la gran final, me acordé de ese gran farol que nos hemos marcado todos. Del farol que se ha marcado Telecinco. La cadena, que un año más, ha vuelto a llevarse el premio.