El modelo de Francia

Manuel Blanco Desar
Manuel Blanco Desar EL SÍNDROME G

OPINIÓN

04 jul 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Visto el debate en Francia, uno no puede más que sentir lástima por el contraste español. Francia no es el paraíso, pero ya firmaría por importar algo de sus políticas de Estado. Francia no va a ver quebrar su Seguridad Social porque es la nación más fecunda de Europa, junto con Irlanda, y además todavía es una potencia científica e industrial de primer nivel. Cultivaron las ciencias durante el siglo XIX, mientras nosotros nos afanábamos en existencialismos, cantonalismos y literaturas. Mantuvieron unas penosas universidades estatales, pero apuntalaron sus grandes escuelas e institutos politécnicos, donde se cultivó a quienes debían ser el motor de la República. Y tras el desastre de 1945, reconstruyeron y reforzaron su sistema meritocrático. Por eso Francia es todavía una campeona industrial, nuclear, técnica y también social. Aquí muchos quisieron copiarla, quedándose solo con la espuma del bikini, la moda, el laicismo, el último tango y otras bondades menores.

Qué diferente el debate francés del español. Al sur de los Pirineos es teologal, existencialista, parroquiano, decimonónico, entre carlista y folclórico. Durante el simulacro de moción de censura nadie sacó a colación qué hacer para reducir la deuda pública que nos come y que puede desbocarse a poco que suban los intereses. Nadie sugirió cómo sostener nuestra Seguridad Social durante otra generación, a pesar de que pronto va a requerir emitir más miles de millones de euros de deuda. Sobre veinte mil millones a un año vista. Nadie, ni siquiera entre la legión de diputados Kinderlos, sin hijos que coticen por ellos en su vejez -grupo numerosísimo y desproporcionado, por cierto, frente al común de la ciudadanía trabajadora-.

Francia habla de cómo salvar el modelo social europeo, encarando el creciente desafío de potencias tiránicas con partido único. España, sobre cómo implosionar a la yugoslava, desentendiéndose de su fracaso escolar y de la carencia de algo parecido a las grandes escuelas francesas, ya que no podemos tener un MIT o un Oxford. En España el debate es miserable en comparación con el francés. No hay proyecto, no hay relato, no hay perspectiva. España parece avergonzarse de su existencia y cree que jugando al fraccionamiento algunos podrán desprenderse de su ominosa leyenda negra. Craso error. Nuestra salvación es Europa. Una Europa que todavía está por construir y definir. Europa como res publica. Pero esa nueva Europa no puede ser la excusa para esconder complejos. Estos se superan progresando económicamente y haciendo antes lo que hace progresar a las naciones.

Una vez Francia nos iluminó, a pesar del error bonapartista. Ahora debemos ayudarla a construir una Europa resiliente y fraternal. La decadencia de Europa en lo demográfico y en lo económico es un hecho, pero puede y debe superarse. La República francesa lo ha entendido. Esperemos que aquí cese pronto el parloteo de los teólogos de la vacuidad, cuya cháchara no merece tanto eco como tiene.

Manuel Blanco Desar es economista y experto en demografía