El día después

Manel Loureiro
Manel Loureiro PRODIGIOS COTIDIANOS

OPINIÓN

05 jun 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Me la voy a jugar. Voy a hacer de oráculo, con todo el riesgo que eso conlleva: Puede que dentro de unos de meses alguien saque este artículo para recrearse en mi falta de vista, pero lo dudo. A veces el futuro resulta bastante discernible en la distancia. Ustedes decidirán. 

Agosto-septiembre del 2017. Pese a la negativa expresa del Gobierno central y la advertencia clara del Tribunal Constitucional, la Generalitat de Cataluña lleva a cabo un referendo por la independencia. Durante un largo día de sufragio, acuden a votar todos los convencidos por la causa, aunque la abstención es abrumadora -como en la consulta del 9N-, ya que los partidos contrarios al proceso declinan participar de lo que califican como «montaje». Termina la jornada con menos de un 30-35 % de participación y un resultado mayoritario a favor de la independencia. Nada sorprendente, ya que prácticamente solo habrán ido a votar los partidarios de la secesión.

Esa misma noche (o a la mañana siguiente) el presidente de la Generalitat hará una proclama solemne, posiblemente cargada de gestos emocionales, en un lugar simbólico, para proclamar al mundo la recién nacida República Catalana. Y después… nada.

El día después, los ciudadanos y empresas de Cataluña seguirán pagando sus impuestos y cotizaciones a la Hacienda y a la Seguridad Social españolas. Los sistemas legislativo, bancario y judicial aplicables seguirán siendo los españoles, y en los puertos, aeropuertos, edificios oficiales, fronteras y cuarteles seguirán estando los guardias civiles y militares españoles. Y por supuesto, las leyes en vigor seguirán siendo las generales de todo el Estado. Porque el día después, todos se darán cuenta de que la Generalitat no tiene, ni ha tenido nunca, la fuerza legal o bruta para llevar a cabo su desafío.

El día después, como la resaca tras una larga noche de fiesta de la que recuerdas pocos fragmentos, será una suma de desconcierto, vergüenza y reniegos. Algún funcionario y algún mosso se enfrentarán a la inhabilitación, pero serán una minoría casi anecdótica. A la hora de la verdad, nadie se arriesgará a perder su puesto de trabajo por incumplir la ley que juraron servir a cambio de seguir una norma difusa e incierta. Lloverán durante unas semanas un par de cientos de citaciones administrativas y judiciales y algunos prebostes acabarán en el juzgado, pero eso será todo. No habrá tanques rodando por la Diagonal, ni mártires por la causa fusilados contra una tapia. Tampoco habrá respuesta internacional a los airados mensajes de los partidos independentistas alegando que se viola la voluntad democrática del pueblo catalán. No han tenido respuesta hasta ahora ni la tendrán mañana, porque están solos en su aventura (excepto por el pintoresco apoyo de Nicolás Maduro, por supuesto).

Lo que me preocupa del día después es la inmensa frustración que quedará en el corazón de cientos de miles de catalanes que sí creían que la independencia era posible, porque los falsos gurús les habían convencido de ello. Del enorme poso de rencor y desconfianza que anidará en sus corazones hacia el resto de España y viceversa. De la gigantesca grieta, en definitiva, que entre unos y otros irresponsables habrán creado.