En el gallinero

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa CON LETRA DEL NUEVE

OPINIÓN

20 may 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay gallineros reales, con pitas y pollitos, y gallineros metafóricos, que son esos altillos de los teatros donde se sitúan las butacas más baratas y, por tanto, las más alejadas del escenario. Yo he estado en gallineros donde el escenario era una simple intuición, perdida entre la miopía y el asiento de saldo. A ese gallinero metafórico del último anfiteatro hay entusiastas que le llaman paraíso, que suena mucho más elegante, pero lo cierto es que se ve igual de mal. Lo bonito es que, como todo está borroso y las voces no llegan allá arriba, el público se imagina la obra, que gana mucho con la ilusión del espectador.

En Galicia, al gallinero le llamamos poleiro, y aunque el poleiro tradicional tiene cierre de somier y conchas de mejillones por el suelo -para que las gallinas consuman calcio-, también tenemos poleiros metafóricos. El caso más célebre es el de Mariano Rajoy, al que en el congreso del PP gallego de 1998 enviaron al poleiro para que tomase nota de quién mandaba en Galicia. El poleiro, visto así, es como la silla de pensar que hay en las guarderías para castigar al niño revoltoso y respondón.

En Buenos Aires, que por algo es la ciudad más gallega del mundo, también saben mucho de poleiros. Y como la política argentina tiene tanto de Galicia como de Italia, llega un punto en que uno ya no sabe si los gallineros son metafóricos o reales.

Lo sufrió Borges. Desde 1937, el escritor trabajaba en la biblioteca municipal del barrio de Boedo. Pero en 1946, Perón llegó al poder y ordenó mandarlo al poleiro. Solo que en este caso no se trataba de una metáfora. Lo nombró «inspector de aves, conejos y huevos» en un gallinero municipal.

Con ese gesto, Perón inventó el populismo. Y desde entonces, el mundo no ha dejado de poner a sus Borges a vigilar gallinas.