La plaga de los cursis

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa CON LETRA DEL NUEVE

OPINIÓN

04 may 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Aveces olvidamos lo poderosa que puede llegar a ser la cursilería como motor de la historia. El Imperio romano, sin ir más lejos, no cayó tanto por el empuje sudoroso de los bárbaros del norte como por la autodestrucción que le habían inoculado sus propios cursis, que estaban demasiado ocupados cantando odas a sus ombligos como para darse cuenta de que el enemigo ya estaba de vinos por la vía Apia.

La nueva política, que tanto se parece a aquella Roma decadente, también cultiva la cursilería con desenfreno. A Podemos y a los secesionistas catalanes, que se proclaman modernos y rupturistas, les puede esa tentación suicida de lo cursi. Se palpa en los discursos sensibleros, en los morreos y abrazos asamblearios y en sus lagrimitas mitineras a lo Julie Andrews brincando al pie de los Alpes.

Una de las cosas más sorprendentes de Podemos es que reniegan de la transición, que para ellos fue un mero chanchullo entre las élites para garantizar que todo siguiese igual tras la muerte del dictador, cuando todos sabemos que lo peor de la transición, la auténtica maldición de Tutankamón de la transición, fue la plaga bíblica de los cantautores. Una cursilería letal de la que aún no nos hemos librado.

Ya no se encienden los mecheritos en los pabellones, sino las linternas de los móviles, pero los cursis, los Lluís Llach de guardia en el escaño, siguen ahí, tantos años después, profanando los poemas de Kavafis y durmiendo a las ovejas con su insoportable letanía de quimeras, amenazas y rimas obvias.

De todos aquellos anestesistas frustrados solo se salvó Sabina. Pero Sabina, con su Atleti y sus toros, no es un cantautor. Es otra cosa. Por eso no es cursi. Por eso no le gusta a Podemos ni al secesionismo monjil.