Desde hace unos días, el recrudecimiento de la tensión tras el incremento de las movilizaciones de la oposición y el aumento de la cifra de muertos, heridos y detenidos nos acerca a la posibilidad de que la crisis en Venezuela desemboque en una guerra civil. En el hermoso, rico y fértil país caribeño, en el que abundan el petróleo y los recursos hídricos, y la naturaleza es exuberante, la población lleva años pasando escasez de combustible, cortes en el suministro de agua y, sobre todo, hambre. Por no mencionar la inseguridad y las cifras de muertos diarios. Venezuela no es un país pobre, pero ahora se encuentra en las últimas como consecuencia de las décadas de saqueo de la oligarquía y el posterior descontrol del chavismo.
La revolución bolivariana de Chávez, que tantas expectativas de cambio generó, ha resultado ser la peor de las pesadillas para los venezolanos. Una pesadilla que en manos de Nicolás Maduro ha alcanzado el paroxismo. Su descarada manipulación de las leyes para permanecer en el sillón presidencial así como la presión al poder judicial para desautorizar a la Cámara de Representantes en manos de la mayoría opositora está conduciendo al país a un atolladero.
El anuncio de la retirada de la OEA, a la que acusa de querer intervenir en los asuntos internos de Venezuela porque ha cuestionado la vulneración de la legislación, es el último desatino de un presidente incapaz de tener un último gesto de dignidad y dimitir. Y así, Venezuela sigue avanzando hacia el callejón sin salida de una guerra civil que nadie quiere, pero que él parece no ver. Se avecinan tiempos muy tristes para los venezolanos.