Vivir sobre un lienzo negro

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OPINIÓN

24 abr 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Un catastrófico incendio en el Valle del Silencio, en el Bierzo, me hace volver sobre un tema del que poco nuevo se puede decir. Es verdad que buena parte de Galicia y Asturias están en llamas en pleno mes de abril. Como cada año en estas fechas, nos sorprendemos con algo que ya es habitual, pero la extraordinaria pérdida patrimonial del incendio berciano, y sus futuras consecuencias, deberían hacernos reflexionar.

Para quienes no conozcan la zona a que hago referencia, conocida como la Tebaida berciana, se trata de un valle excepcional tanto por su patrimonio natural, como por sus paisajes y sus pueblos; algunos de ellos, como Peñalba de Santiago o Montes de Valdueza, son conocidos internacionalmente. Según los datos publicados, aun con el fuego activo, más de mil doscientas hectáreas han sido arrasadas y las pérdidas son ya irreparables.

Es improbable que la política contra el fuego cambie por la desaparición de un bosque o un paisaje, aunque yo no renuncie a eso. Sin embargo, se puede exigir un mínimo de sensibilidad al menos con aquellas zonas cuyas posibilidades futuras de supervivencia están tan vinculadas al medio natural, como el caso que hoy me ocupa. Acabamos de salir de la Semana Santa, de celebrar los datos de visitantes y ocupación turística de áreas como el Valle del Silencio, O Courel o A Ribeira Sacra. Esos territorios dependen, en buena medida, de la conservación de sus bosques y sus paisajes, que son el motor económico de un limitado dinamismo basado en el turismo de la naturaleza. Ahora, imagínenlos calcinados.

Hay estudios que muestran que en áreas rurales en las que el atractivo es su patrimonio natural y cultural, la tasa de visitantes desciende un treinta y cinco por ciento como respuesta a grandes incendios. Cuando los visitantes se focalizan en áreas pequeñas, como el caso berciano, el descenso puede ser mucho mayor; obviamente, la actividad económica de la comarca sigue un curso paralelo y, en algunos casos, es motivo del abandono.

Podemos discutir de política forestal, de si los medios son suficientes o de si la planificación global de la lucha contra el fuego es la adecuada, pero no es el caso. Mi intención es llamar la atención sobre si no debería existir una estrategia claramente diferenciada para aquellas áreas en las que los valores ecológicos, culturales, etcétera, mantienen la población. La importancia económica y emocional que para los habitantes de estas áreas tienen esos paisajes debería hacernos repensar las actuales líneas de actuación.

Volviendo al principio, poco se puede añadir sobre los incendios forestales, tampoco sobre el sistemático abandono del mundo rural. Sin embargo, deberíamos pensar que aunque a todos nos duelen los incendios, a unos les hace cambiar el destino del fin de semana mientras que a otros los condena a vivir muchos años sobre un lienzo negro.

El 22 de abril fue el Día de la Tierra; créanme, en el Valle del Silencio lo recordarán durante muchos años.