Overbooking

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

16 abr 2017 . Actualizado a las 11:06 h.

Hace tiempo que la poesía desapareció de los aviones. Puede que el último verso lo escribiese Robert Redford en su avioneta africana porque casi desde entonces volar es lo más parecido a chapotear en un pantano infecto lleno de cocodrilos que persiguen tu culo.

Sigue habiendo trascendencia en un viaje en tren, en el eco metálico de la megafonía de la estación, en el paisaje que va pasando como la vida. Es fácil sentir placer mientras tus manos acarician el volante de tu coche y suena Vinicius. Y en esas motos con las hechuras de un clásico se olfatean el mar y la libertad. Pero los aviones de hoy tienen el aspecto escalofriante de un ataúd. No porque trasladen cadáveres, sino por la desazón inexcusable que provocan a su paso. 

Todo es hostil en un aeropuerto. Incluida esa sensación fastidiosa de que en cualquier momento puedes acabar detenido, o desnudo, o abandonado, o perdido. Y ahora ese policía -¿por qué, señor, tiene que ser así de borde?- se detiene justo en tu maleta y temes que dentro aparezca una bomba nuclear o un kilo de farlopa colombiana o una navaja automática ultratech que por algún motivo viaja en tu valija y va a conseguir que te pasen cosas horribles. Al final solo te arrebata los 110 mililitros de tu perfume favorito y lo tira con desdén en esa triste papelera a la que van a parar todos los errores de la humanidad que no sabe viajar en avión. Mientras te alejas, humillada, el pantalón se desliza por tu rabadilla y los calcetines siguen a medio poner.

El infierno puede estar en los cielos dentro de un avión. En ese asiento en el que viajas embalsamada e inmóvil, como si te estuviesen haciendo un TAC perpetuo. En ese aseo que abre las puertas del averno. En esas bandejas... 

Y las torturas van a más. Además de humillarte, perderte las maletas, hacerte esperar horas, experimentar contigo los límites del espacio, ahora te pueden sacar a leche limpia de tu asiento. Papá, ven en tren.