Sangriento Domingo de Ramos

Yashmina Shawki
Yashmina Shawki CUARTO CRECIENTE

OPINIÓN

11 abr 2017 . Actualizado a las 08:44 h.

Nuestro jardinero era copto. Venía a trabajar todos los viernes porque no era musulmán y no rompía ningún precepto religioso. Como otros dos millones de egipcios, había emigrado a Irak en la década de los ochenta en busca de un trabajo imposible de conseguir en su país. La mayoría eran trabajadores no cualificados dispuestos a ocupar las vacantes que los iraquíes movilizados al frente contra Irán habían dejado en la retaguardia. Y pese a que su salario no era muy elevado, estaba a años luz de lo que percibían trabajando en las orillas del Nilo. No recuerdo su nombre pero sí su aspecto y, sobre todo, su mirada. De tamaño medio, fibroso como un junco, tenía la piel áspera y curtida por el implacable sol del desierto, lo que hacía imposible determinar su edad. Agachado para cavar, solo alzaba el rostro para enjugarse o beber. Cuando lo hacía, dejaba ver sus bondadosos ojos castaños. Unos ojos llenos de paz y de resignación ante la dura suerte de una vida de trabajo lejos de su hogar. 

He vuelto a recordarlo con dolorosa intensidad por los atentados en la iglesia de San Jorge en Tanta y en la catedral de San Marcos en Alejandría que han ocasionado la muerte a varias decenas de fieles coptos y herido a más de una centena cuando celebraban el Domingo de Ramos. Quienes hacen del horror su bandera, han reivindicado la profanación de un santuario religioso mientras exigen sumisión a su fe. Pero, como en Londres, Estocolmo, París o Berlín, lo único que logran es hacer más fuertes a aquellos que no aceptamos que quieran arrebatarnos nuestros valores y nuestras creencias.