Montoro y las cuentas de la lechera

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

11 abr 2017 . Actualizado a las 08:08 h.

En la fábula de Samaniego, la lechera no tiene nombre. En el relato de nuestros días, basado en hechos reales, la lechera se llama Cristóbal Montoro y el autor -el pobre Samaniego lleva más de dos siglos criando malvas- se llama José Luis Escrivá y preside la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (Airef). Por lo demás, los cuentos son parecidos. La lechera multiplicaba los ingresos en su fértil imaginación y Montoro infla los Presupuestos de forma sistemática. A eso le llama Escrivá «malas prácticas presupuestarias». Quizá, vista la dolosa reincidencia de don Cristóbal, habría que aplicarle una definición menos compasiva. 

Los ingresos presupuestarios del año pasado estaban inflados en 28.000 millones de euros. Ahí es nada. Párese el lector a sopesar la magnitud de la cifra. Equivale a tres presupuestos anuales de la comunidad autónoma de Galicia, la mitad de todo el gasto educativo en España, cinco veces el gasto previsto para infraestructuras públicas este año, poco menos que la recaudación íntegra por IVA en el 2016.

Con ese globo, inflado a finales del 2015, pudo prometer y prometió el Gobierno remendar algunos rotos que la política de austeridad había causado en el gasto público. Iba a recaudar más de 117.000 millones en cotizaciones sociales, pero ingresó 13.700 millones menos. Los impuestos directos deberían aportar más de 69.000 millones y apenas superaron los 63.000. A la lechera se le partió el cántaro y «adiós leche, dinero, huevos, pollo, lechón, vaca y ternero». Y si la sangre no llegó al río tendremos que agradecérselo a Bruselas, que hizo la vista gorda con la cosa del déficit, y a los españoles todos, que vieron resignados cómo el prometido gasto público no se materializaba en obras y amores.

Habrá quien alegue, sobre todo por fidelidad al carné y las siglas del partido, que el Gobierno propone y los contribuyentes disponen. Las previsiones de ingresos solo son eso: previsiones. Por tanto, sujetas a error. Pero, dando por descontada la probada competencia de los funcionarios de Hacienda, no se explica ni el tamaño de la desviación ni que esta se produzca siempre por defecto y nunca por exceso. A don Cristóbal no le salen las cuentas, pero ya podría, por una vez, equivocarse a nuestro favor.

A mayores, el ministro no muestra indicios de arrepentimiento. En los Presupuestos para el 2017 vuelve a las andadas. Los expertos calculan que, céntimo arriba, céntimo abajo, ha inflado los ingresos en unos 8.000 millones. Nos promete esta vez la mayor recaudación de la historia: 200.963 millones de euros, cifra que supone un aumento del 7,9 % sobre los ingresos reales del año pasado. Es decir, el Gobierno espera que los ingresos tributarios crezcan dos, tres y hasta cuatro veces más que el PIB nominal, el consumo, el empleo, los salarios y otras rentas en general. Ya me dirán cómo lo conseguirá. Salvo que disponga de armas de destrucción masiva, como la subida generalizada de impuestos, habrá que advertirle lo que Samaniego a la lechera: «¡Qué palacios fabricas en el viento, don Cristóbal!».