Cuando no se teme a la muerte

Miguel Juane EN VIVO

OPINIÓN

25 mar 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Con motivo del último atentado perpetrado en Londres, no podemos menos que horrorizarnos y además así debe de ser. No podremos normalizar nunca un acto tan cruel, tan desgarrado y a la vez tan absurdo. Muchos tenemos fotos en ese puente o en París, o en Bruselas o en cualquier otro lugar del mundo y si no hemos sido nosotros, las tienen nuestros familiares y amigos. Es más, en esta ocasión le ha tocado estar allí a una paisana de Betanzos, circunstancia esta que nos sensibiliza más, si cabe. 

Es imposible aplicar un razonamiento coherente a una acción tan vil, tan canalla. Nos cuesta concebir qué puede motivar a alguien a actuar así contra personas indeterminadas, entre las que se encuentran hombres, mujeres y niños, de distintas nacionalidades, credos o ideas políticas y religiosas. Su objetivo es hacer daño, da igual a quién, y cuánto mayor sea, mejor para sus intereses. Su diana somos todos, sin excepción.

Y es bueno que nos hagamos esa reflexión porque ello significa que no somos como ellos, que no pensamos igual, que no tenemos su estructura mental, su falta de formación ni de sentimientos. Nos hemos dotado de un entorno social y democrático, de libertad. Nuestra cada vez más injustamente criticada Constitución Española comienza en su artículo primero proclamando a nuestro país como un Estado social y democrático de derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político. Tenemos una cultura diferente, sabemos que una vida humana vale mucho y que no podemos disponer de ella en ningún caso, de manera aleatoria y menos bajo el paraguas de cualquier religión o ideología.

Históricamente se han hecho atrocidades enarbolando banderas e idearios, pero ese es el matiz, que hemos evolucionado, que hemos aprendido de los errores, que esos dislates han servido para entender que son barbaridades que no aportan nada constructivo, que han causado mucho dolor y tristeza y, con el paso del tiempo, hasta indignidad y vergüenza.

Hay quien aboga por el diálogo para solucionar estos temas, otros hablan de negociación. Y hay quien justifica el uso de la fuerza como reacción ante estos ataques indiscriminados. Entiendo que esta última postura genera inquietud y ciertas reticencias pero cuando uno piensa a quién se enfrenta, estas dudas se disipan. ¿Cómo combatir a fanáticos y fundamentalistas que no solo no temen a la muerte, sino que encuentran en ella una redención de su alma, un premio para sus absurdas convicciones, una mejora para sus familias e incluso una liberación para su mejor entrada en un idílico y absurdo paraíso? ¿Cómo razonar con ellos? Y utilizo esa tercera persona para marcar la diferencia, para establecer la necesaria distancia, porque nosotros no somos así, no podemos ser así.

No podemos tener dudas sobre la falta de concreción conceptual de la amenaza recibida ni tampoco sobre la comprensión del bien jurídico protegido que, en este caso, es nuestra seguridad y estabilidad y, por ende, lo que es más preciado aún, nuestras vidas.