Juana de Vega y el corazón

NIEVES ABARCA DEBATE | ICONOS FEMENINOS DEL SIGLO XXI

OPINIÓN

12 mar 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Tengo un nicho en el cementerio coruñés de San Amaro. Lamento comenzar con una imagen tan morbosa, pero de morbo va a ir este artículo. De morbo, señoras coruñesas, cultas y avanzadas. Y morbosas. 

Como iba diciendo, tengo un nicho en San Amaro, y allí están enterrados mis padres. Cuando voy a ponerles flores, paso siempre por delante del nicho de Juana de Vega. Me coge de camino, se podría decir que somos casi vecinas. En el nicho de Juana de Vega está también enterrado el corazón de su marido, Espoz y Mina, Capitán General de Galicia. Lo pone en la lápida. «Cuyo corazón se haya aquí».

Es una historia que siempre me ha fascinado. En estos tiempos en los que el amor romántico está empezando a considerarse una aberración, Juana de Vega, desde su nicho, nos enseña que la pasión amorosa romántica era mucho más que la dependencia emocional o la posibilidad de sufrir. La pasión romántica es un pacto de sangre que va más allá de la muerte, como en las óperas, las novelas de las Brontë o las canciones de Melendi. Me explico.

Juana de Vega se casó con Espoz y Mina cuando ella tenía 16 años y él 40. Vamos, que le doblaba la edad, que dicen las madres. Espoz y Mina tenía que ser un tiarrón de cuidado, porque Juana al verlo pasar a caballo por la Calle Real, con el uniforme y las medallas, se volvió hacia su padre y le dijo: «Quiero a ese hombre». El padre hizo una fiesta liberal (no hay nada que una más que una buena fiesta liberal) y se lo presentó. La pasión de la joven hizo el resto. Boda. Ya.

Juana de Vega no era una mindundi. Hija de un rico comerciante liberal (la palabra liberal sale continuamente en este artículo, lo sé) recibió una educación distinta a la de otras mujeres de la época. Una educación ilustrada, que incluía la lectura, la gramática, la música, el baile, el dibujo. Juana, como buena coruñesa, era una hembra de armas tomar que sin despeinarse se enfrentaba contra los absolutistas mientras cuidaba los achaques de su marido, de salud delicada. Conspiradora oficial, secretaria, enfermera, patriota, enamorada, Juana ve morir a su esposo a los 55 años. Ella tenía 30.

Y aquí viene lo bueno: el romanticismo. Pero el romanticismo de verdad, el de Heathcliff o Werther (ejemplos bastante poco edificantes, vaya). Juana se negó a separarse de su marido. Solicito permisos hasta conseguir lo que quería, y aquí viene el morbo: embalsamar a Espoz y Mina y tenerlo en una capilla mortuoria al lado de su habitación. También solicitó permisos para extraerle el corazón y colocarlo en un frasco de vidrio que depositó en una urna de plata y ébano. Eso es amor. Romántico.

Al morir Juana, los restos de Espoz y Mina viajaron hacia Pamplona. Pero su corazón, en la urna de plata y ébano, se quedó en A Coruña, en un nicho en el Cementerio de San Amaro. Visítenlos: vale la pena.