Por qué va uno al cine

Josep Pla

OPINIÓN

El jueves, 7 de junio del 1934, Josep Pla reflexionaba sobre la influencia del cine frente al teatro o la literatura

26 feb 2017 . Actualizado a las 08:42 h.

-Usted va al cine, desde luego. ¿Le gusta a usted esta clase de espectáculos?

-Voy al cine y al buen cine de mi barrio que es donde debe uno ir. Sin embargo, el cine me gusta pero no me interesa. Creo que a una gran parte de la gente que van al cine les pasa lo mismo.

-De manera que lo que se dice por aquí, que el cine ha sustituido, con creces, a la literatura y al teatro ¿no lo acepta usted?

-¿Cómo puede uno aceptarlo? En el cine de mi barrio se ha estrenado estos días una película L’Atlantide, basada en la novela de Pierre Benoit. Estando en París, ¡si usted hubiera visto cómo estaba la calle y la sala el día del estreno! ¡Toda la sociedad de París, todos los snobs cosmopolitas que viven en la capital de Francia! Algo que deslumbraba. Le confieso que no tengo simpatías por Pierre Benoit. Es un novelista de trucos, un hombre que de su profesión no conoce más que el oficio. Sus obras no tienen humanidad. Sin embargo, la lectura de L’Atlantide llena infinitamente más un par de horas de lectura que la película basada en el argumento del mismo título.

-Entonces, ¿cómo se explica que la gente lea cada día menos y vaya cada vez más al cine?

-¡Perdone! No creo que la gente lea cada día menos. Tampoco creo que aumente el número de personas que van al cine. He sido parroquiano asiduo de muchos cines en distintos países de Europa. Cuando uno se dedica a frecuentar uno de estos locales y se fija en la gente, observa que estos negocios están estabilizados a base de clientelas fijas. Casi siempre se ven las mismas caras. Quiere decir que cada día de la semana hay en los pisos de los alrededores de los espectáculos un número de ciudadanos y ciudadanas dispuestas a ir al cine. Esta clientela tiene un movimiento de rotación.

-Ha de reconocer usted, sin embargo, que los que van son fanáticos del espectáculo.

-¿Del espectáculo? No sé. Creo que no es fácil fijar la finalidad de este fanatismo. El cine es un narcótico que en ciertas naturalezas produce un efecto indudable. Mucha gente va al teatro para digerir, para ponerse al alcance de los áci- dos que segregan los escenarios; se va al cine en cambio para procurarse después un buen sueño. Antes, saliendo del teatro iba uno a comer; ahora, la gente sale del cine volando para acostarse enseguida. Se trata de espectáculos absolutamente distintos a juzgar por las diferentes reacciones que en los mismos espectadores producen.

-De manera que no va la gente al cine por su importancia intrínseca...

-Sí. Pero va un número de personas relativamente reducido. Hay gente que sigue la carrera artística de una estrella determinada, de un metteur en scene famoso, de unas pantorrillas valoradas por compañías de seguros solventes en millones de dólares. Todos los espectáculos tienen sus dilet- tanti apasionados. En la época de Stendhal -véase su Vida de Rossini- había gente dispuesta a dejarse matar por tenores de una afectación grotesca. Lo que quiero decir es que se observa entre el cine y su clientela una cierta correlación basada en algo que no tiene nada que ver con el espectáculo en sí. Quizá el cine es el espectáculo típico de una época sobrecargada de preocupaciones dolorosísimas. Después de un día lleno de afanes de tipo económico lo que la gente apetece más es este espectáculo que tiene en su rapidez y en su voracidad las características más claras de la vida moderna y que al mismo tiempo actúa de sedante por su confusión indescriptible. El cine es quizá el arte del capitalismo frenético, como el teatro agradable fue el arte de la burguesía equilibrada. El cine es un espectáculo de una época de inflación.