Etiopía, Burundi...

Carlos Agulló Leal
Carlos Agulló EL CHAFLÁN

OPINIÓN

24 feb 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

A media tarde salimos del hotel para dar un paseo por Adís Abeba. Al preguntarle a la farmacéutica por una dirección nos advierte de que no es buena zona para pasear con los críos y tantos bultos (cámaras, mochilas...) Cesa la lluvia y aparecen los niños de la calle. Niños muy pequeños que nos piden monedas. Uno se mantiene a distancia con la mirada, algo ida, clavada sobre nosotros y nuestros hijos negros mientras no para de rascarse por debajo de sus ropas harapientas (...)»

«¡Qué situación! Nuestros hijos, que ahora estrenan ropa casi cada día, frente a los niños en los que perfectamente podemos verlos reflejados. Nos llevamos lo mejor de este país, porque ni nosotros ni ellos (nuestros gobiernos, los suyos) somos capaces de garantizarles un futuro en el que al menos la comida, la salud, la educación y la casa estén aseguradas. Qué paradoja: su miseria nos da nuestra felicidad. Pero ¿acaso sería mejor en situaciones de auténtica necesidad renunciar a una felicidad compartida para que no se nos acuse de aprovecharnos de su penuria? Si alguien lo plantea, que se ponga en la piel sarnosa de aquel chaval que no dejaba de rascarse».

Por una vez, la primera persona aparece en esta columna para recuperar esas líneas escritas hace ya once años. Inevitable ponerse en el lugar de las 81 familias que han visto truncada la adopción de sus hijos en Etiopía y Burundi. Imagínese lo irritante que puede llegar a ser tener que hablar del dinero depositado para los trámites, de la viabilidad económica de una entidad, de la diligencia de la administración en la vigilancia... cuando lo que están sintiendo es una inmensa estafa emocional. Y lo peor, cuando lo que quebró es la posibilidad de un futuro mejor para unos niños.