Pablo e Irene, como Néstor y Cristina

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

23 feb 2017 . Actualizado a las 08:55 h.

Entre las muchas razones por las que Donald Trump ganó las elecciones de Estados Unidos está el hecho de que el Partido Demócrata escogiera como candidata a la esposa de quien había sido ya presidente durante ocho años. Resulta muy difícil convencer a nadie de que, habiendo 320 millones de estadounidenses y más de 43 millones de miembros del Partido Demócrata, el hecho de que la candidata a la presidencia sea la mujer de quien ostentó ese cargo hace solo 16 años es solo una casualidad. Sin discutir la preparación de Hillary, es obvio que su designación se debió a que era la pareja de Bill Clinton.

A nadie en su sano juicio, ni siquiera en su propio partido, se le ocurriría discutir eso. Y tampoco al más tonto de los miembros del Partido Justicialista se le ocurriría refutar que si Cristina Fernández de Kirchner ocupó la presidencia de un país como Argentina, con más de 41 millones de habitantes, fue porque era la esposa de Néstor Kirchner. Ni nadie, tampoco en el PP, discutiría que si Ana Botella fue concejala y luego alcaldesa de Madrid es porque estaba casada con Aznar. Hillary, Cristina y Ana tenían perfecto derecho a ocupar cargos relevantes en sus partidos y fueron refrendadas por los suyos. Pero negar que, más allá de cuáles fueran sus méritos, el hecho capital para su elección es que fueran las parejas de Bill, Néstor y José María es tomar a los ciudadanos por imbéciles.

Y eso es precisamente lo que pretende hacer Pablo Iglesias cuando, habiendo casi 47 millones de españoles y más de 150.000 inscritos en Podemos, quiere convencernos de que el hecho de que la nueva portavoz parlamentaria y virtual número dos del partido, Irene Montero, sea también su pareja sentimental, no es más que una casualidad sin relevancia. Y no solo lo pretende, sino que, además, tanto Iglesias como Montero y sus respectivos corifeos mediáticos se dedican a linchar en los medios y las redes sociales a todo aquel que ose siquiera hacer alusión al dato público y notorio de que ambos son pareja, acusándolo de machista y de entrometerse en su vida privada.

Esa estrategia victimista, que trata de silenciar la obviedad del giro kirchnerista de Podemos -también en lo político, por cierto-, resulta más llamativa cuando el argumento de Iglesias para cuestionar a Ana Botella no fue criticar sus errores políticos, sino decir que su único mérito es ser «esposa de su marido». Llama la atención también que Iglesias considere que la infanta Cristina es responsable de todo lo que haga Iñaki Urdangarin porque, al ser pareja, es imposible singularizarlos. No es difícil, por otra parte, imaginar qué dirían en Podemos si Rajoy o Pedro Sánchez hubieran elegido a sus parejas como portavoces, aunque las votara la militancia.

Iglesias tiene todo el derecho a escoger a quien quiera como número dos. Aunque sea su novia. Y los militantes de Podemos a refrendar con su voto ese modelo de bicefalia conyugal. Pero que los dos máximos dirigentes de Podemos sean pareja es una muestra de caudillismo extremo, no una casualidad. Negarlo, es negar la ley de la gravedad.