Ciudadanía en tiempos de Trump

Jaime González-Ocaña LÍNEA ABIERTA

OPINIÓN

21 feb 2017 . Actualizado a las 09:24 h.

Al fin envié mi N-400, la solicitud para obtener la nacionalidad estadounidense. «¿Y por qué ahora?», me preguntan amigos desde España. «¿No deberías estar pensando en volverte a Europa?». Es precisamente todo lo contrario: en estos momentos de incertidumbre y de revuelo, lo veo como un acto de reafirmación personal en mi apoyo a este experimento político y social que es los Estados Unidos. Sentirse estadounidense (ser estadounidense) debe estar por encima de la actualidad política y de la identidad del presidente. Y lo mismo se puede decir de ser y sentirse español, o gallego: está por encima de los Rajoy, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias o Feijoos de turno.

Los más cínicos me dirán que es por miedo: a que Donald Trump cambie de golpe y plumazo (¡nunca mejor dicho!) la ley de residencia con una orden ejecutiva. Hay que ser cautos, y no sumarse al pánico general: no creo que eso suceda. Pero sería inexacto no admitir que hay preocupación en algunos sectores de la población foránea, incluso los legales, me refiero (unos más que otros, dependiendo del estatus migratorio y del país de procedencia). A fin de cuentas, la blogosfera y las redes sociales están llenas estos días de radicales recomendándonos a todos los extranjeros que nos preparemos a ser deportados. Todo es posible.

«¿Pero cómo quieres ser parte de una nación que ha elegido a Trump?». Los Estados Unidos son mucho más que Trump. Primero, y a pesar de los estereotipos que corren por el mundo, entre los americanos hay un montón de gente optimista, trabajadora, educada y acogedora, sean votantes de Trump o no. Siempre me han mostrado, a mí como emigrante, total generosidad, apoyo y equidad. Sé que otros no han tenido la misma experiencia aquí; pero yo tengo que contar la mía y esta siempre ha sido positiva.

Segundo, los EE.UU. son una tradición, una serie de creencias que, de hecho, enaltecen el destino del emigrante en general y han promovido históricamente una noción inclusiva y expansiva de ciudadanía. Son exponentes de una práctica cívica que es piedra angular de nuestras democracias occidentales -práctica que, por cierto, nació en la Roma clásica-. Por muchos defectos que se le achaquen a la sociedad romana (que los tuvo), su gran hallazgo fue entender que para sumarse a la civitas (la nación romana), no importaba ni raza, ni color de piel, ni lugar de nacimiento, ni lengua incluso. Bastaba la voluntad firme de compartir unos valores cívicos nacionales y de respetar el marco legal republicano. (Ahí está Trajano: el emperador de Sevilla.)

Así que eso dice, para mí, mi N-400: que me quiero adherir oficialmente al marco legal y político de EE.UU.; que me caso legalmente con los valores de su Constitución y con sus instituciones de republicanismo; y que quiero perpetuar un concepto de ciudadanía que tiene una historia de más de 2.300 años y que es clave para nuestras democracias. Y todo eso está por encima de la identidad pasajera de cualquier presidente.