Ortega, metodología del hombre nuevo

Nelson Rivera CAMPO DE PRUEBAS

OPINIÓN

20 feb 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Daniel Ortega es su propia reinvención. Desde que participara en el asalto a un banco en 1967, hace cincuenta años, Ortega ha mutado. Una y otra vez ha reaparecido: la misma piel, la misma mirada de animalillo al acecho, la misma astucia, distinto el truco y el propósito. 

Otro asalto, en 1974, protagonizado por compañeros suyos, lo liberó. Un comando de 14 miembros del Frente Sandinista de Liberación Nacional -FSLN- tomó la casa de un banquero, al final de una fiesta: con un disparo liquidaron al dueño de casa y se hicieron de un grupo de rehenes. Producto de la negociación con los secuestradores, Ortega volvió a la calle. Durante los años 1978 y 1979 se exilió en Costa Rica. Derrotado el régimen de Somoza regresó a formar parte de la Junta de Reconstrucción Nacional. Entre 1979 y 1985, el discurso de Ortega fue el de un soñador: hablaba del hombre nuevo y de tomar el cielo por asalto.

El sexenio que duró su primera presidencia, de 1985 a 1990, Ortega dejó atrás la venta de ilusiones. Asumió la figura de caudillo en estado de excepción. Sus procedimientos de la época: arrestar, confiscar, escarnecer, censurar, prohibir.

Fue en esos años cuando se aficionó al ataque verbal. Al insulto de tarima y micrófono. La guerra de Los Contras, además, le daba argumentos.

Tras perder las elecciones en 1990 con Violeta Chamorro, Ortega pasó década y media reconvertido en opositor crónico.

Fueron años de descubrir el uso de la política y abuso del poder: años donde denuncias y negocios se abrazaron en el mismo tejido.

Si se revisa lo que ha ocurrido con Ortega desde el 2006, cuando regresó al poder, se verificará: pactó con Arnoldo Alemán, corrupto y antiguo enemigo; tras una emboscada, logró que el máximo tribunal le concediera volver a presentarse como candidato, violentando la Constitución. Ganó las elecciones de 2011 y 2016. En 20 años no ha perdido ni un minuto en aplicar su método: ha construido una dinastía, ahora mismo más poderosa y extendida que la de los Somoza. Ni siquiera la denuncia de Zoilamérica Murillo, su hijastra, de que Ortega la violó, le ha frenado.

Ahora mismo, Rosario Murillo, vicepresidenta de la república, esposa y madre de Zoilamérica, lidera el gobierno sin cortapisas. Ortega, experto en acecho y ataque, se ha lanzado sobre buena parte de las riquezas del país y las ha puesto en las manos de sus numerosos hijos y familiares: el poderío económico, institucional y policial de Anastasio Somoza no podría rivalizar con la red de operaciones petroleras, de infraestructura, agrícolas, turísticas y de empresas de comunicación, que llevan el sello Ortega: su mirada de animalillo al acecho, su metodología de hombre nuevo: la de planificar el asalto de todo bien ajeno, público y privado.