El fin del caso Nóos defrauda al pueblo

OPINIÓN

18 feb 2017 . Actualizado a las 09:10 h.

Aunque yo me excluyo de esta impresión, veo que la práctica totalidad del pueblo español siente una inmensa frustración ante la sentencia del caso Nóos, y que la explicación dominante para tal circunstancia es que la Justicia se plegó a los intereses de la monarquía y la política, que no hubo independencia para condenar a la infanta Cristina, y que su injusta absolución arrastró hacia abajo todas las penas y provocó la directa absolución de la mayoría de los imputados. Y esto quiere decir que lo que iba a ser una gran catarsis, oficiada por el héroe Castro, se ha convertido en una escandalosa chapuza. 

Para entender qué nos ha pasado hay dos expresiones, una clásica y otra moderna, que apuntan hacia la existencia de una Justicia espectacularizada y mediática que siempre comete el mismo error: inflar los casos y crear expectativas durante la instrucción, al gusto de la gente y en abierta competencia con Salomón, y tragar bilis en las sentencias, cuando los globos se pinchan y los castillos de arena se derrumban. Horacio -Ars poetica, v. 139- lo dijo por la antigua: «Parturient montes, nascetur ridiculus mus» (Dieron a luz los montes y nació un ridículo ratón). Y el politólogo Stephan Medvic sugiere lo mismo con su concepto de «trampa de las expectativas», cuya explicación viene a decir que la gente no se frustra por la pequeñez de los hechos, sino por la distancia que hay entre las expectativas creadas y la realidad resultante.

Si Castro hubiese instruido con mesura, y, en vez de hacerle un juicio universal a España, a sus políticos y a la monarquía, se hubiese ahorrado el coro de reos que sentó en el banquillo para darle brillo a su última ópera, ni habríamos montado este auto de fe que terminó con más humo que chamusco, ni habríamos desembocado en esta patochada. Yo, lamento decirlo, lo vi venir. Pero no por ser más listo o tener más información que los demás, sino por aceptar sin resistencia que, con la Justicia ejemplarizante y ensimismada que padecemos, todos los grandes procesos terminan en el mismo lodazal.

Ahora solo falta que Horrach quiera rematar su gran faena demostrando que no fue un turiferario del rey, y que para eso trate de meter en prisión preventiva a tres de los condenados. Porque esa actitud solo puede acabar en una nueva frustración popular, o en la estúpida y vengativa ejemplaridad con la que los jueces se lamen de las heridas que les provoca su particular «trampa de las expectativas». Por eso creo que hay que pasar página cuanto antes, y dedicar todos los esfuerzos a evitar que nuevos e inminentes juicios históricos terminen en otro patatal. Porque es importante que la Justicia, en vez de gobernar el mundo desde su grandeza de cartón piedra, acepte el único principio procesal de mi preclara autoría: «Quien mal instruye, peor sentencia». Amén.